Las muertes de Bolívar


Aunque me provoque, no voy a hablar de la reconversión monetaria ni de la "muerte" de nuestra moneda (el bolívar), a manos de la inflación galopante y la devaluación. De hecho, el bolívar, la moneda, renacerá entre las cenizas reconvertida en "bolívar fuerte".


Ahora, pensándolo bien, eso de la moneda es un símil de lo que nuestro Presidente pretende con la extraña insistencia en cambiar la historia de la muerte del Libertador. Poco a poco me iré explicando mejor.

A lo mejor en algún momento se descubre que, efectivamente, el Libertador fue asesinado y no víctima de una mortal tuberculosis. No lo se. Pero hoy suena bizarro. Especialmente bizarro en boca de quien se ha hecho famoso por su destemplada ignorancia y por su desbordada confusión mental.

El Libertador murió hace 177 años en Santa Marta (Colombia), víctima de una tuberculosis, como todos sabemos, como todos aprendimos en los libros de historia y con nuestros maestros y profesores.


"Fruto de la exacerbación que existía contra Bolívar en la Nueva Granada fueron los reproches formulados al Libertador en Fucha por uno de los militares granadinos más adictos a su persona, el general Posada Gutiérrez. La escena, impregnada de un tremendo dramatismo, la describe el propio Posada Gutiérrez en los siguientes términos: "allá en su retiro íbamos a verle los diputados una vez que otra, y las personas notables de la ciudad con más frecuencia que nosotros. Una tarde de las en que me hizo el honor de invitarme a su mesa, salimos a pasear a pie por las bellas praderas de aquella posesión; su andar era lento y fatigoso, su voz casi apagada le obligaba a hacer esfuerzos para hacerla inteligible; prefería las orillas del riachuelo que serpenteaba silencioso por la pintoresca campiña, y con los brazos cruzados, se detenía a contemplar su corriente, imagen de la vida. "¿Cuánto tiempo (me dijo) tardará esta agua en confundirse con la del inmenso océano, como se confunde el hombre en la podredumbre del sepulcro con la tierra de donde salió? Una gran parte se evapora y se sutiliza, como la gloria humana, como la fama. ¿No es verdad coronel?". "Sí, mi general", contesté yo, sin saber lo que decía, conmovido con el anonadamiento en que veía caer a aquel hombre eminente, tan mal comprendido. De repente, apretándose las sienes con las manos, exclamó con voz trémula: ¡Mi gloria! ¡mi gloria! ¿Por qué me la arrebatan? ¿Por qué me calumnian?..."

"En los postreros días de su calvario, a Bolívar le estaba reservada una última y dolorosa prueba: el 1° de julio, por correo de Bogotá, supo que el Gran Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre, el más noble de los generales de Colombia y también el más fiel de sus amigos, al dirigirse a los departamentos del Sur había sido asesinado en la montaña de Berruecos por oscuros malhechores, enviados por quienes aspiraban a convertir aquellas provincias en feudos políticos para su propio encumbramiento. Al enterarse el Libertador de la increíble y funesta noticia, exclamó horrorizado: "Dios excelso: se ha derramado la sangre del inocente Abel..."

"Probablemente el clima y sin lugar a dudas el hondo traumatismo moral que le produjo el asesinato del héroe de Ayacucho determinaron el súbito agravamiento de sus dolencias, de tal manera que sus amigos encarecieron a Bolívar la necesidad de abandonar pronto a Cartagena. "Mi flaqueza es tal -escribía- que hoy mismo me he dado una caída formidable, cayendo de mis propios pies y medio muerto..."

Última proclama

A los pueblos de Colombia

Colombianos:

Habéis presenciado mis esfuerzos para plantear la libertad donde reinaba antes la tiranía. He trabajado con desinterés, abandonando mi fortuna y aun mi tranquilidad. Me separé del mando cuando me persuadí que desconfiábais de mi desprendimiento. Mis enemigos abusaron de vuestra credulidad y hollaron lo que me es más sagrado, mi reputación y mi amor a la libertad.

He sido víctima de mis perseguidores, que me han conducido a las puertas del sepulcro. Yo los perdono.

Al desaparecer de en medio de vosotros, mi cariño me dice que debo hacer la manifestación de mis últimos deseos. No aspiro a otra gloria que a la consolidación de Colombia. Todos debéis trabajar por el bien inestimable de la Unión: los pueblos obedeciendo al actual gobierno para libertarse de la anarquía; los ministros del santuario dirigiendo sus oraciones al cielo; y los militares empleando su espada en defender las garantías sociales.

¡Colombianos! Mis últimos votos son por la felicidad de la patria. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la Unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro.

Hacienda de San Pedro, en Santa Marta, a 10 de diciembre de 1830.

Simón Bolívar



Fuente: Bolívar, de Indalecio Liévano Aguirre (una biografía clásica sobre el Libertador, bien escrita y documentada)

Bien lejos estoy de pretender desarrollar alguna tesis histórica sobre la muerte del Libertador. Pero sí creo que los datos que aporta la biografía de Liévano Aguirre (no muy diferente a otras tantas biografías de Bolívar) ayudan a entender algunas cosas de las que no se habla: Simón Bolívar, luego de sucesivos reveses políticos en los últimos años de su vida, comienza un progresivo desencantamiento que se refleja en sus cartas y documentos, aferrándose cada vez más a su utopía unionista expresada en la Gran Colombia.

Las derrotas políticas -que no militares- hicieron mella en el ánimo del caraqueño. Bolívar no pudo o no supo interpretar los eventos históricos que desencadenó la liberación del yugo español. Sus ideas republicanas y profundamente de avanzada, no encontraron eco en una sociedad fracturada y arrasada por la guerra de independencia. Nunca contó el Libertador con las ambiciones de poder -legítimas o no- de quienes lo acompañaron en las distintas fases de la lucha independentista. Nunca pensó en que las repúblicas no se construyen solo con constituciones (un creencia extendida en el tiempo). Al despertar de la irrealidad en la que había sumido a su proyecto político, el desencanto fue la reacción más lógica. "He arado en el mar", llegó a concluir.

Esos hechos históricos, puestos en el alma de un ser humano que dedicó toda su vida y su excesiva energía a la libertad y la unión de América, no podían sino minar su salud psicológica y, en consecuencia, su salud física. No es descabellado pensar entonces que el desencanto, convertido en decepción y tristeza, diera paso a un cuadro clínico parecido a la depresión.

Las líneas reseñadas de la biografía escrita por Liévano Aguirre muestran a un hombre abatido, con una carga muy grande sobre sus hombros y con algunos síntomas físicos que lo importunaban.

Claro, casi nadie en Venezuela se atrevería a postular la tesis de que Bolívar estaba triste o con un trastorno de su estado de ánimo que bien podría haber predispuesto a su organismo a una enfermedad como la tuberculosis.

¡Cómo es posible decir o siquiera pensar que el héroe de América, el hombre que con su espada nos dio la libertad estaba triste! ¡Eso no le pasa a los héroes! ¡Ellos son como dioses!

Es bien antipático todo lo que digo. Pero es una posibilidad, una más entre otras supongo. Si a cualquiera de nosotros que termina una relación o se nos cae un negocio en el que hemos invertido mucho de nuestras energías, pues nos podríamos sentir abatidos. ¿Cómo demonios no se iba a sentir triste, abatido, sin fuerzas ni deseos para vivir el Libertador, quien dedicó su vida, su juventud, su riqueza, su inteligencia a una sola causa? Es como para pensarlo al menos.

Ahora bien, la insistencia del Presidente Chávez en que la muerte de Bolívar no fue a causa de una tuberculosis, esconde algo más allá del mero hecho de distraer a la opinión pública de tanto escándalo. Creo que, en la psiquis del Presidente Chávez (así como en la de muchos venezolanos, sean o no fanáticos del Presidente), es difícil de aceptar que un hombre a quien considera un Dios haya muerto por una "simple enfermedad". No. Un hombre de esa magnitud no puede morir así. Para la mente fanatizada, cuadra más y mejor el hecho de que haya sido asesinado. Morir asesinado es el destino de los grandes hombres.


... el Ché era como Bolívar, vivió y murió como él. Fueron como Cristo, lucharon como Cristo y murieron como Cristo, por amor a los pueblos, a la humanidad, infinitos caballeros de la esperanza..." (alocución de Chávez, 17-12-07)


Y voy más allá. Chávez se considera una especie de hijo reencarnado del Libertador, seguidor de su magnífica obra del siglo XIX en pleno siglo XXI. Entonces, si a Chávez lo quieren matar desde hace años, ¿por qué no habría de haberle ocurrido lo mismo a Bolívar?

Si finalmente logra torcer la historia y decir que a Bolívar lo mataron, entonces todo cuadrará con la historia de Chávez: a él también lo quieren matar (como al mismísimo Libertador, lo cual los pone al mismo nivel del Ché y de Cristo).

Retorcido, ¿no? Bueno, tal vez es que sea solo mi mente la que elucubra de esa manera. Pero ahí lo dejo. Los vericuetos del alma y la psiquis humana son extremadamente complejos. Y si hablamos de personajes como éstos, pues más todavía.

Lo cierto es que hoy se cumplieron 177 años de aquella muerte, aunque la verdadera muerte del Libertador (la de su obra) ocurrió algunos años antes cuando empezaron a levantarse las distintas provincias de la Gran Colombia, aquella utopía irrealizable de Bolívar.

Para completar el comentario del inicio, buscando los extravíos de la historia que puedan dar fe de que Bolívar murió asesinado, Chávez intenta hacerlo renacer como un Bolívar Fuerte, como si "asesinándolo" históricamente le daremos más valor a su figura.

No es profanando los huesos del Libertador como se resolverán los problemas de los venezolanos. Ni siquiera nos dará un poquito de tranquilidad. Faltaría más que el Imperio (el americano, no el europeo) y los tatarabuelos de Uribe sean los que mataron al Libertador y los que ahora quieren matarlo a él (en contubernio con el Rey de España, claro).

¿Será que alguna prueba de ADN puede mostrar que el prócer del siglo XXI es descendiente directo del prócer del siglo XIX?

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