Desde hace algunas semanas vengo comentando sobre el grado de "anestesiamiento" o adormecimiento que mostramos los venezolanos respecto al deslave que se produce en el país. La danza macabra de noticias, unas más escandalosas que otras, ha logrado que la negación aparezca como signo de nuestros días. Aberraciones públicas e indiferencia social
Hoy, el historiador Elías Pino Iturrieta habla sobre el tema en su columna de El Universal. La reproduzco en su totalidad pues me parece una reflexión bastante interesante:
Se ha acostumbrado la sociedad a las aberraciones y a los hechos anómalos que transcurren ante sus ojos y frente a los cuales no manifiesta posiciones de rechazo, como se puede esperar de colectividades capaces de protegerse de lo que conspira contra su salud, contra la convivencia entendida como una regularidad en la cual influyen pautas de resguardo, respeto y decencia que permiten la evolución de la vida sin precipitarse en un abismo?
Hechos como el episodio de un policía quien pierde la vida mientras coloca una bomba en la entrada de Fedecámaras, sin que sus superiores se tomen la molestia de una explicación que permita pensar en la posibilidad de una vicisitud curiosa e indeseable que no se repetirá jamás. Hechos como el homenaje que el presidente Chávez hace públicamente a la memoria de Raúl Reyes, difunto cabecilla de las FARC, mientras se denuncia a las huestes del homenajeado como responsables de sembrar a Colombia de minas antipersonales que destrozan las piernas de los niños en edad escolar y los brazos de los labriegos que salen a cultivar sus parcelas. Hechos como la toma del 23 de enero, zona medular de la capital, por elementos paramilitares a quienes asisten armas de alta potencia y tecnologías de punta que hacen irrisoria la actuación de la policía, en el caso de que los agentes estuvieran dispuestos a hacer su trabajo, para generar únicamente una retórica babosa de las autoridades. Hechos como las acusaciones de grueso calibre que circulan contra Isaías Rodríguez, ex Fiscal General que fue de la República, a quien se achaca, en términos convincentes, la manipulación del expediente Anderson para fabricar una versión torcida del célebre crimen con el objetivo de comprometer a ciudadanos inocentes y tal vez de encubrir a los perpetradores del delito. Las denuncias apenas serían otras más en el conjunto, si la vertiginosa designación del otrora burócrata fiel como magistrado suplente del Tribunal Supremo de Justicia no diera fundamento a la versión de que alguien lo quiere poner desde arriba en buen recaudo, antes de que brote más pestilencia de la cloaca. La tentación de acusar de indolencia a la sociedad ante atrocidades como las descritas, que pueden conducirla a la tumba, no se resistiría de no detenerse a pensar en cómo estas atrocidades llegan como alud, una tras otra, la más joven tocándole corneta a la más vieja para sacarla del camino, la de hoy comiéndose a la de ayer, la segunda devorando con sus colmillos a la primera, la tercera tapando a la segunda y la cuarta a la tercera, para que no se asimile cabalmente la magnitud del daño que cada una por si sola acarrea ni el corolario fatal que el conjunto produce finalmente; para que vayamos de una perplejidad a otra sin recesos para reflexionar. Falta el tiempo para medir el perjuicio de cualquiera de ellas en términos aislados y para resumir después el gigantesco estropicio. Debido a que un atropellado solapamiento las convierte en noticia fugaz, en periódico de ayer, se carece de una percepción de conjunto que ponga en guardia a las víctimas ante lo que deberían juzgar como un cataclismo en sentido general. Como los actores obligados a detenerse en cada una de las aberraciones hasta verles el hueso no cumplen su función (los líderes de la oposición, los conductores de los medios de comunicación y los intelectuales, en especial) termina por establecerse la idea de que no se está ante una arremetida letal contra una forma legítima de vivir, sino sólo ante un cortejo de informaciones lamentables que algún día cesarán. Si no fuera así, terminaríamos por jurar que los venezolanos tenemos sangre de horchata. http://noticias.eluniversal.com/2008/04/12/opi_34905_art_aberraciones-publica_791631.shtml
Indiferencia...
Escrito por Néstor a la/s 10:56 a. m.
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