Apuntes sabatinos (2)

Hoy decidí "darle" otra oportunidad a mi sitio preferido de comida rápida, en vista que la semana pasada me fue tan mal.

Llegué cerca de las cinco de la tarde y, por fortuna, sólo había dos personas delante de mi en la fila. Avancé rápido, hice mi pedido, mientras pensaba que esta vez las cosas sí estaban saliendo de la manera correcta.

Mientras esperaba que me sirvieran mi pedido completo, una pareja se acercó a la caja a hacer su pedido
"Quiero una ensalada de esas nuevas", dice la muchacha.

"De esa no hay", responde la cajera.

"Hmmm, bueno.... déme la ensalada César entonces", dice la muchacha.

"De esa tampoco hay... en realidad no hay ninguna ensalada completa", responde la cajera.

"¿Cómo es la cosa?", pregunta extrañada la muchacha por la insólita afirmación.

"De la ensalada X no tenemos el queso; de la ensalada Y nos falta el tomate; de la ensalada Z nos falta el aderezo", explica algo apenada la encargada de la zona de cajas.

"... pero podemos armarle una con lo que sí hay", concede la cajera.
"Coño, no tienen nada... mejor vámonos a un carrito de perros calientes", responde molesto el muchacho.
Por suerte, pienso egoístamente, mi pedido está completo y las papas se ven crujientes.

Cuando le doy a mi hamburguesa el primer mordisco, el sabor agrio y envolvente de una rodaja de pepinillo invadió mi boca. ¡Coño! ¡No me gustan los pepinillos! Pedí claramente la hamburguesa sin pepinillo y así consta en la factura. Pero no, allí estaban, envueltos en su sabor desagradable que después no se va tan fácilmente.
Lo peor es que la hamburguesa estaba minada de esas rodajas. Seis, para ser exactos. Es decir, más de lo que tradicionalmente lleva una hamburguesa en ese lugar.

Pero a eso de los pepinillos ya estoy acostumbrado. Siempre me pasa, llámese como se llame la cadena o restaurante, sea donde sea que esté. Lo que me pareció francamente intolerable es que la carne estaba mala, no era suave ni tenía sabor. Hasta ahí llegué. Hasta ahí llegó mi paciencia. Me retiré del lugar, no sin antes hacer un reclamo, que supongo inútil, ante la persona encargada.

No es posible que la mala calidad de los productos o de la atención nos haga pasar malos ratos. ¡Y eso que se paga por el servicio y por la calidad!

Desde aquí, desde este humilde reducto virtual, me pongo en campaña por una mejor calidad de vida de los caraqueños. Lo cual se traduce en mejor atención y servicios para todos.

Pero allí no queda la cosa hoy: en una discotienda, estaba viendo los éxitos del momento, cuando se fue parcialmente la luz en el local. Quedaba suficiente luz de unos reflectores. Un vendedor se acerca y nos dice a dos personas que estábamos en el local: "señores, salgan de la tienda".

La verdad me sorprendí por el pedido, por la descortesía, por la mala educación y especialmente, por la naturalidad con la que nos mandó a salir. Mi respuesta fue: "¿qué pasó? ¿Nos estás sacando?". El vendedor se dió cuenta de su descortesía y me dice: "No, no... es que lo de la luz..."... pero era tarde, ya el mal estaba hecho. Salí de la discotienda y seguramente no volveré en un buen tiempo (igual que a la cadena de comida rápida).

¿Tan difícil es atender bien a los clientes? ¿Tan terrible es ser amable o tener respuestas más o menos oportunas a las interrogantes del cliente? ¿Tan feo es dar un buen servicio a los demás? ¿Tan dantesco es hacer bien lo que te pagan por hacer bien?

No lo entiendo. Pero lo cierto es que ésto tiene que mejorar más pronto que tarde. Día a día aumenta la cantidad de consumidores/ clientes/ usuarios descontentos con productos/ marcas/ servicios/ atención. Y es un tema que va más allá de la mera transacción cliente - comerciante. Es algo que tiene implicaciones más complejas, como la calidad humana de quienes habitamos la ciudad.

Es feo acostumbrarse a lo malo. Y es difícil revertir la situación, pero hay que hacerlo. Por nuestra salud mental.

1 Comentarios para la Caja:

Janecita. dijo...

Yo muero por los pepinillos!!!