Todo 31 tiene su 1ero -o ¡Feliz Año Nuevo!-

Cada año, tanto el 31 de diciembre como el 1ero de enero se repiten al calco: se hacen las mismas cosas; se sienten más o menos las mismas emociones; se conversa más o menos de los mismas temas; las mismas comidas; las mismas canciones. Si algo tienen esos días es que, al menos a mí, me llenan de certezas, de que hay cosas en la vida que se mantienen y nos dan identidad.

Todo 31 de diciembre (31-D) comienza el 24-D, o tal vez antes, cuando comienza a circular la imperiosa y, en algunos casos, angustiante pregunta: "¿qué vas a hacer el 31?". Es bueno aclarar que cualquier ser humano que se precie de serlo, al menos por estas latitudes, hará la pregunta como mínimo unas 10 veces cada año. Yo también la hago y, quizás más insólito, me la hago como mínimo una vez al día desde que la Navidad pisa los centros comerciales de la ciudad.

Una vez que pasa el 24, la semana que lo separa del 31 pasa como una exhalación: aunque no son días de compras ni de centros comerciales ni del estrés de no saber qué regalar o dónde conseguirlo, los días como que son más cortos. Tampoco hay mucho que gastar ya a estas alturas. Las utilidades, cobradas en octubre por obra y gracia del impuesto a las transacciones financieras empresariales, hace tiempo se convirtieron en humo.

Se sabe que estamos en esa semana entre el 24 y el 31 cuando uno ve la cara de fastidio tan grande que muestran los vendedores o cajeros en las tiendas. Es que, claro, cómo no se van a fastidiar quienes en vez de vender tienen ahora que cambiar cuanto regalo comprado a última hora hizo la mayoría (tallas equivocadas, regalos repetidos, objetos dañados, cambios de colores en ropa, etc.).

El 31, al menos en mi familia, siempre ha tenido el sabor de la celebración continuada. Me explico, una de mis hermanas cumple años el día 30 y casi siempre algo se hace. Entonces, el 31 comienza un poco tarde. Comienza la procesión de las compras apresuradas para la noche. Ir a una panadería, buscando el infaltable pan de jamón, o ir a una licorería, se convierten en una odisea que ya hubiese querido plasmar Homero (no Simpson sino el otro, el poeta griego). La compra desesperada de bolsas de hielo, cajas de cervezas, whisky y cualquier cosa que parezca champagne, es todo un clásico.

El final de la tarde de un 31 tiene un sabor de despedida, como si algo importante se nos escapara de las manos sin que podamos evitarlo. La última vez que se ve el sol este año; la última ducha del año; qué demonios me pongo de ropa si no voy a ninguna fiesta pero nunca se sabe. Desde las 7 de la noche hasta las 11, las horas transcurren con una lentitud tan pasmosa que uno tiene que pensar si no es esa la venganza de un año que, ante lo inevitable de su partida, estira como un bolibomba esas últimas horas.

Los noticieros muestran el año nuevo en Australia (bellísima ceremonia, por cierto), en España y en otros lugares del primer mundo. En lo personal, jamás he visto cómo pasan esas fechas en otros lados menos favorecidos y ni siquiera se si en esos lugares les importa tanto como a nosotros.





Es la hora de buscar alguna emisora de radio decente con la que transcurra la noche. No se si es una costumbre de todas partes, pero los venezolanos preferimos escuchar una emisora de radio, alternándola con alguna música propia. Eso sí, a medida que se acerca la medianoche, gana sintonía la radio.

La radio de esa noche tiene sus propias características: los circuitos de emisoras se unen para hacer transmisiones unificadas, lo que al final deja al asunto como en un universo de cuatro o cinco posibilidades nada más; se supone que hacen transmisiones en vivo, lo cual nunca he sabido si es cierto o no, eso hace que los locutores encargados se pongan más simpáticos que de costumbre y hagan cualquier clase de comentarios; de cada diez minutos de transmisión, al menos siete son dedicados a los patrocinantes (desde los clásicos anunciantes de toda la vida, hasta aquel taller mecánico especilizado en frenos del que nadie sabe nada).

Las emisoras, en general, ponen siempre más o menos las mismas canciones desde 1950 (¿qué sería de nuestras navidades sin Maracaibo 15, Gran Coquivacoa o las parrandas de siempre?... alguien debería hacer un estudio en profundidad del tema). Desde las diez, los loctures comienzan a ponerse sentimentales y acordarse de los familiares, mientras empalagan de buenos deseos a quienes los oyen.

Cada dos minutos ponen la hora oficial del país... "al oir el tono serán las 22 horas, doce minutos, treinta segundos... piii" ... inmediatamente, nuestros amigos del micrófono hacen la cuenta regresiva... "Venezuelaaaa sólo falta 1 hora, 47 minutos, 30 segundossss, se va el año 2007 y el 2008 será el mejor año para toda la familia venezolana, donde el amor, la unión, la paz, la reconciliación serán el norte de este país único, el mejor país del mundo sí señor...de esta tierra de gracia, donde todos nos queremos y donde queremos vivir en pazzzz"...

Al pisar el umbral de las once de la noche, ocurre una súbita transformación en la percepción del tiempo. Si a las once aún no se ha cenado, es mejor hacerlo cuanto antes. Esa hora entre las 11 y las 12 pasa tan rápida que, cuando alguien se da cuenta, ya son 20 para las doce. Comienza el correr del descorche de la botella -de aquella cualquier cosa que parezca champagne-, la búsqueda desenfrenada de las copas -las que se usan una vez al año y tienen 25 años en casa-, el alistamiento de los comedores compulsivos de uvas; mientras los más sentimentales comienzan a acordarse de los seres queridos -los que están y los que no-, y las emisoras de radio aceleran las canciones típicas de estos días.

Aquí es necesario hacer un aparte para hablar de algo que nos pasa entre las 11:50 y las 12:00 de la medianoche. Los venezolanos somos reconocidos en el exterior, entre aquellos quienes en el exterior saben algo de nosotros, por 4 cosas: las mujeres hermosas/ Miss Venezuela; el petróleo/ petrodólares/ derroche; en los últimos años, por nuestro Presidente/ su desmedida lengua; y por las telenovelas.

A nosotros nos han enseñado que el Miss Venezuela y las telenovelas son "productos de exportación" exitosos y que nos deben llenar de orgullo. Esto ocurrió en la década de los 80´s, si mal no recuerdo, cuando Venezuela alcanzaba su segundo Miss Universo, su no-se-cuánto Miss Mundo y Miss Reina del Café Internacional y cuanta vaina implicara la competencia de mujeres hermosas, mientras conquistábamos el continente europeo con trabajos como Cristal; La Dama de Rosa; Abigail; Señora; etc.

Parecía que tomábamos el cielo por asalto y que habíamos descubierto una mina de oro que, aparte de dar dinero, limpiaba nuestras caras ante el mundo. Ya no éramos monoproductores de petróleo ni los desenfrenados e infantiles "ta´barato dame dos" de los setenta, sino que ahora hasta exportábamos talento. Una gran mentira que se quedó a medio camino y que nos dejó con un mal sabor en la boca, pues volvimos a ser los monísimoproductores de petróleo, los mismos manirrotos de siempre y, encima, con malas compañías.

Pero esa idea del "producto de exportación" sólo nos la vendieron a nosotros. En otros países cercanos se hicieron comúnes expresiones como: "eso es peor que novela venezolana"; "parece novela venezolana", cuando referían algún acontecimiento cursi, melodramático o que no tenía mucho sentido, como cuando la muchacha de servicio resulta ser la única heredera del hombre rico dueño de la hacienda donde le hacen la vida de cuadritos.De algún modo, lejos de enaltecer nuestro gentilicio, algunas telenovelas dejaron una impresión de los venezolanos diferente a la que nosotros creemos. Pero ese es otro tema. Hubo muy buenas producciones que no se si tuvieron resonancia en el exterior ("La Dueña", por ejemplo; "La Señora de Cárdenas"; entre otras).

Entonces, uno de los elementos definitorios de la venezolanidad es la canción "Faltan cinco pa´las doce". Todo un melodrama de canción, que va de lo pegajoso a lo cursi y de lo romántico a lo ridículo en apenas segundos. La versión más famosa -y más melodramática- es la de Néstor Zavarce, siendo el autor original Oswaldo Oropeza. La grabación data de 1967. Pero al momento de escucharla, la cara de circunstancia y el inevitable nudo en la garganta son una fija. Son los minutos en que pasan por la cabeza las principales imágenes del año y en que nos prometemos que el próximo ES el año.

Las campanas de la iglesia estan sonando

anunciando que el año viejo se va.

La Alegría del año nuevo viene ya

los abrazos se confunden sin cesar.
Faltan cinco pa' las doce

el año va a terminar.

Me voy corriendo a mi casa

a abrazar a mi mamá
Me perdonan que me vaya de la fiesta,

pero hay algo que jamás podré dejar.

Una linda viejecita que me espera

en las noches de una eterna navidad
Faltan cinco pa' las doce...




Bien mirada, hasta es bonita la canción. Sólo que mezcla una dosis de melancolía y dramatismo que no deja indiferente a nadie. Supongo que esa canción se oye en muchos de nuestros países latinos, pero dudo que la vivan "a lo venezolano", con todo y nuestra carga genética de histrionismo y melodrama que bien nos puede definir.

¡Y llegan las 12! Abrazos, alegría, fuegos artificiales, himno nacional, 12 uvas -o las que quepan-, la copa de la cosa parecida al champagne, el brindis, el celular que no cae, las llamadas que no entran, los vecinos que llegan -cuando se es popular, claro-, y cuando venimos a ver ya son las 2:00 am. De las 12 en adelante transcurren las horas más rápidas del año. Hasta la hora de dormir, que puede ser con los primeros rayos de sol del año, o antes, con algún programa trasnochado de la TV.

Primero de enero. Primer día del año. 364 días nuevos por delante -365 en nuestro caso por ser bisiesto-. Momento de dormir, de despertar de nuevo a la realidad. En nuestro caso, una realidad signada por una nueva moneda (la misma inflación con menos ceros en los precios); y los mismos problemas de siempre. Ya en un par de días nos parecerá todo igual que hace una semana, con la sola diferencia de un cambio de dígito.

Pero gracias a Dios es 2008.Y ojalá el próximo fin de año podamos vivir las circunstancias de siempre, aquellas que son exactamente igual año tras año, pero que son las que necesitamos para sabernos parte de una familia, de una sociedad.

¡Dios nos bendiga a todos este nuevo año!

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