Despedidas y comienzos

La verdad es que el comienzo de este año no ha sido el mejor: un virus gripal me ha tumbado desde el propio 31, con unos cuantos grados de fiebre incluídos; y anoche me enteré de una noticia bastante triste: la muerte de un viejo amigo de la infancia.

Desde entonces, no he podido parar de recordar todas las cosas y todas las vainas en que nos metimos cuando éramos chamos. El mayor de tres hermanos, fue como el hermano varón mayor más o menos contemporáneo que no tuve. Mi hermano mayor, el de sangre y apellido, me lleva 12 años y nunca compartimos mucho más allá de uno que otro fin de semana largo, con las ventajas que significa tener un hermano corrido en más plazas que cualquiera; en cambio, mis panas vivían en el mismo edificio -el de siempre-, teníamos edades parecidas y raro era el día que no nos veíamos, aunque muchas veces nos aburriéramos de lo lindo viendo pasar la tarde a través del balcón. Cantidad y calidad en la hermandad, un equilibrio difícil de llevar en cualquier familia.

Los afectos seguramente tienen una parte genética y una parte vivencial importante.

Recuerdo varias navidades compartidas en familia, su mamá -que también lo fue para mí en muchas ocasiones-, sus hermanos y nosotros. Recuerdo algunos de mis cumpleaños, cuando las vacaciones escolares generalmente llenaban de ausencias mi casa. Recuerdo montones de veces que jugábamos en su casa (4-44): jugábamos béisbol con pelotica de goma, tal vez pelotas hechas con papel aluminio, o si no recurríamos a pelotas de papel envueltas en esa cinta de colores aislante que comprábamos en la ferretería; jugábamos "pisa y corre" (una variante del béisbol, que consistía en "robar bases"); incluso, en épocas de mundiales de fútbol armábamos la sala de la casa para que quedara con tres arquerías; montábamos campeonatos de ping pong en una insólita mesa redonda -la del comedor-... y claro que, de vez en cuando, hacíamos tareas. Eso sí, a las 6:00 todo debía quedar impecable, como si aquí no ha pasado nada, pues a esa hora en punto llegaba la mamá.

Una vez tuvimos que salir corriendo, a Chacaíto o Sábana Grande, a comprar una lámpara de mesa que rompimos gracias a algún "batazo" mal ubicado, aunque seguramente quien estaba mal ubicada era la lámpara. Otra vez, en una exagerada carrera de "pisa y corre", mi amigo fue a dar a la ventana del cuarto y con el impulso rompió una de ellas. Del tiro, y principalmente del susto, salí corriendo a mi casa, apenas un piso más arriba. Creo que su mamá, una mujer con una entereza a toda prueba, quien tuvo que sacar adelante a tres hijos a punta de su trabajo en Alimentos Margarita, nunca supo de todas esas travesuras y otras tantas que se me escapan en este momento.

Desde anoche, no hago más que recordar esos momentos. Incluso las peleas o los retos típicos entre niños o adolescentes jugando a ser grandes. Las veces que fuimos al cine, centros comerciales, casa de algún vecino, a jugar basket o béisbol...

El año comenzó con una despedida... porque, al final de cuentas, pareciera que la vida no es más que una sumatoria de encuentros y despedidas con las personas que queremos o que nos interesan en el mejor de los sentidos.

¡Descansa en paz, viejo amigo!

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