50 años

Hoy, 23 de enero de 2008, se cumplen 50 años del derrocamiento del General Marcos Pérez Jiménez de la Presidencia, lo que se celebra como el comienzo de la etapa democrática del país.


Una fecha polémica para los venezolanos. Especialmente para quienes tratan de meter los hechos históricos en su propio saco ideológico. El chavismo -aquella masa de fanáticos de Chávez-, nunca ha tenido claro qué hacer con esa fecha: en algún momento dijeron que no había nada que celebrar, después trataron de realzar la fecha y convertirla en antecedente del 4 de febrero, y otras veces trataron de ignorarla.

En realidad, debe ser difícil lidiar con ese tipo de acontecimientos cuando uno porta una camisa roja como uniforme. Siendo militar Pérez Jiménez, es como raro que otro militar como Chávez lo ignore o lo trate mal. Pero siendo una fecha celebrada por la población, es como raro que mi Comandante no le guste lo que me gusta a mí. Es complejo para el chavismo, y si algo hemos aprendido en estos 10 años es que Chávez y su gente no pueden lidiar con cuestiones complejas.

En todo caso, el 23 de enero es una fecha que ha recobrado su brillo y que tiene que servir como aprendizaje para todos los venezolanos.

A continuación, algunas cosas que escribí tal día como hoy en 2002, 2003 y 2004.


23 de enero 2002 (3 meses antes del 11 de abril)

Acerca del 23 de enero hay mucha tela que cortar. Creo que ayer se asomó por primera vez a la calle un viejo (por lo menos para mí) anhelo: que nos diéramos cuenta la fortaleza que tiene la unidad del cuerpo social, o lo que es lo mismo, que entendiéramos que juntos somos mayoría y las mayorías tienen que ser escuchadas.

Lo que vi ayer en la marcha (la llamada de oposición) fue impresionante, personas de todos los niveles sociales; personas que nunca habían participado en una marcha (que se sorprendían al escuchar cosas tan inéditas para ellos como “el pueblo unido jamás será vencido”); personas que en su vida habían pisado la Avenida Lecuna (“m… ¿y dónde estamos? ¿Cómo se llama esto por aquí?”); personas de todas las edades (desde chamos recién estrenando su condición de adultos hasta las señoras y señores que bien hubiesen merecido ir sobre nuestros jóvenes hombros); personas militantes de organizaciones de la sociedad civil y de partidos políticos… en fin, personas, muchísimas personas que íbamos con un objetivo bien claro y definido: hacer sentir nuestra voz de protesta y pedir rectificaciones profundas.

Sin embargo, también creo que esta movilización es apenas el comienzo: de aquí en adelante la sociedad tiene que moverse con objetivos claramente definidos. Si me preguntaran diría que tenemos una tarea: la reconstrucción y reunificación del país, constituida a su vez por dos fases muy claras y sumamente complejas:

La primera fase implica la salida del Presidente de la República, al menor costo posible (en términos de sangre, sudor y lágrimas). El primer paso para la reconstrucción del país inevitablemente tiene que ser la renuncia del Presidente, ya que ha puesto de manifiesto una profunda y constante incompetencia para gobernar en democracia. Más allá de su estilo personal (muy inadecuado, por cierto), el estilo de gobierno ha profundizado la fractura social existente en el país, con todas las consecuencias que eso nos trae en lo personal, social, económico e internacional.

Sabemos que será una tarea muy ardua, sabemos que el Presidente no renunciará por una marcha multitudinaria como la de ayer. Creo que sólo una gran presión promoverá su salida. Una gran presión, además de civil y mediática, también legal, militar y hasta internacional (la comunidad internacional tiene los ojos puestos en Venezuela)

Nos toca a todos seguir ejerciendo presión, especialmente a los que somos parte de la Generación del 89 (la generación que políticamente hablando nació el 27 de febrero de 1989), quienes tenemos actualmente entre 25 y 40 años, nos toca la tarea de presionar no sólo en la calle sino a través de todos los mecanismos posibles (hablar cara a cara con nuestros familiares, amigos, vecinos, compañeros de trabajo; ir a la calle cuando sea necesario; escribir a los medios; utilizar internet, reunirnos con grupos de la sociedad civil, entre muchas otras posibilidades)

La presión debe dirigirse no sólo hacia el Presidente, sino que también debe dirigirse a la Asamblea Nacional, a la Defensoría del Pueblo, al Tribunal Supremo de Justicia, a la Fiscalía General de la República y a todas las instituciones del Estado para que no se conviertan en simples apéndices del radicalismo político, sino que funcionen para todos los ciudadanos del país.

La segunda fase, tan importante y compleja como la primera, arranca una vez lograda la salida del Presidente y su equipo de gobierno: la transición hacia la reconstrucción del país. Es una tarea mucho más compleja porque tenemos que preservar el impulso participativo de la sociedad, a la vez que levantar la vista y proponernos objetivos a corto, mediano y largo plazo.

Necesariamente tendremos que poner en juego todo nuestro bagaje democrático, porque será tiempo de participación activa, consciente, constante y orientada al logro de metas previamente definidas. El impulso democrático tiene que convertirse en tarea cotidiana, porque a fin de cuentas la democracia es, más allá de un sistema de gobierno, un estilo de vida que debe prevalecer en todos los espacios donde hacemos vida (hogar, trabajo, universidad, calle, entre otros)

La jornada apenas comienza. Por delante tenemos una tarea mucho más compleja que ir a una marcha como la de ayer (importante pero no suficiente). El reto, definitivamente, está planteado.

“Lo más atroz de la gente mala, de las cosas malas es el silencio de la gente buena”
(Ghandi)


23 de enero 2003 (en medio del paro general)

23 de Enero (o cómo las palabras no son necesariamente la realidad)

I
Ayer, una vez más, nos enfrentamos a una de esas tamañas inconsistencias a las que nos tiene acostumbrado el régimen. Es fácil recordar cómo el Presidente nos contó durante muchos años que el 23 de enero no había nada que celebrar. De repente, de la nada, como quien saca un conejo de un sombrero de copa, el año pasado el verbo presidencial hizo añicos su propia lógica y se decidió a capitalizar la fecha como un antecedente histórico de su 4 de febrero.

En consecuencia, la fecha pasó a convertirse en otra oportunidad de mostrar el mundo paralelo en el que vive el Presidente y, de paso, ejercitar el agotado músculo de la calle, tan esquiva últimamente a los afectos presidenciales.

Sin embargo, a la luz de los acontecimientos vividos ayer en Caracas, y viendo un poco más allá de las cantidades, quisiera hablar de la calidad del discurso oficialista. No es un secreto que el discurso oficialista, especialmente el presidencial, tiene la cualidad de querer torcer la realidad de una manera tan brusca que a leguas se le ven las costuras y a todos nos sorprende.

Para el Presidente, sus palabras per se son acciones y hechos. Las palabras, lejos de ser parte del proceso de simbolización de estructuras ideológicas, pensamientos y/o sentimientos, se les han convertido en su realidad. La palabra no simboliza nada; la palabra es la acción. En criollo, si digo que ayer hubo seis millones de personas en las calles de Caracas es porque esa es mi realidad y como tal me comportaré (aquí no vale el dato golpista de las respetables ciento cincuenta mil personas que hubo aproximadamente en la Avenida Bolívar). También, si dijimos que no hay referéndum, pues entonces no hay razón para que exista una valla fascista en Altamira, con un fulano conteo de días.

Más ejemplos: si decimos que “no pasarán”, pero los muy desgraciados terroristas insisten en pasar; entonces las piedras, palos, botellas, lacrimógenas y balas se encargarán de que las palabras se hagan realidad. Otro más: en las concentraciones a las que es adicto nuestro Terror del Llano presidencial, cada vez que profiere una ardorosa proclama contra los traidores a la patria y enfila su metralla verbal contra la oposición subversiva, sus seguidores comienzan a corear: “Así, así … así es que se gobierna”, creyéndose y haciéndole creer a su máximo líder que en serio sus palabras ya son acciones de gobierno. Un giro argumentativo nos permitiría explicar por qué sus seguidores no exigen obras tangibles de Gobierno: la metralla verbal es la mejor de sus obras.

Por ello, cada vez que el Presidente abre la boca hay que escucharlo atentamente. En sus palabras están sus acciones.

El peligro es que mientras la facinerosa realidad insiste en mostrarse diametralmente opuesta a las palabras presidenciales, entonces hay que torcerla a través de medidas cada vez más grotescas y violentas para doblegarla y volverla a los cauces revolucionarios. Por eso, mientras más se profundice el abismo entre la realidad y el discurso revolucionario, debemos esperar acciones más violentas y fanatizadas.

II

Lo de ayer en Caracas, para mí, se inscribe dentro de las características descritas del discurso revolucionario. Fue una gran movilización, tomando en cuenta los problemas de combustible y alimentos que hay en el país. Fue un gran esfuerzo. Pero no pudo cubrir las sobre - expectativas verbales del discurso oficialista. Desde lejos, se sintió la densa carga emocional que deben cargar sobre sus hombros algunos adeptos al oficialismo, quienes tienen que repudiar en silencio lo que en público aplauden fervorosamente.

Por lo demás, el 23 de enero, el espíritu de la fecha, se ha hecho presente desde hace un año en todas las acciones destinadas a restituir la democracia en Venezuela. El 23 de enero vive en cada uno de nosotros, todos los días. El oficialismo no entendió que no se trataba apenas de una fecha más en el calendario festivo revolucionario, sino que es un sentir que hemos rescatado los venezolanos, tanto los que vivieron como los que no vivimos aquella fecha histórica. Nuestro 23 de enero es todos los días.

23 de enero 2004 (8 meses antes del referendum revocatorio presidencial)

Veintitrés de Enero, otra vez

I
Cada vez que entramos en un año nuevo, por lo menos desde hace unos diez años para acá, empieza el rosario de fechas que nos han marcado la vida como Nación en los últimos 45 años. 23 de enero; 04 de febrero; 18 de febrero; 27 de febrero… fechas con las que tenemos que convivir, lidiar y cargar pues aún tienen una fuerte resonancia en nuestra cotidianidad.

Antes de 1998, el 23 de enero fue diluyéndose gradualmente como fecha histórica, casi daba vergüenza referirse a un día que había engendrado a esa caricatura de democracia cristalizada en el Pacto de Punto Fijo. Cuarenta años después nos dimos cuenta de que aquel experimento no había tenido éxito y que, más bien, había resultado el fracaso más estrepitoso de nuestra vida republicana. Tal fue la conmoción de ese “darnos cuenta” que tuvimos que repartir las culpas en el sistema político, los partidos políticos y sobre todo en los “políticos”.

Eso bastó para que el actual Gobierno se creyera con carta blanca para barrer el sistema político por completo, con la falsa creencia de que quedaría un vacío tal que podría ser llenado con cualquier cosa que nos ofrecieran. Y ese fue uno de los grandes errores de los genios revolucionarios, pues pensaron que la mayoría venezolana estaba compuesta de borregos enclenques mentales que seguirían firme y a discreción cualquier estupidez que dijera el Mesías del Samán de Güere. No contaron con que la mayoría de los venezolanos nació y creció en una cosa que se llama democracia –buena o mala, pero democracia al fin- y que, por tanto, teníamos inscrito en nuestro ADN cultural un bagaje que no se podía disolver de la noche a la mañana, mucho menos a punta de balas o desenfrenos verbales… y es que los venezolanos obligados, ¡ni a la esquina!

II
Todavía recuerdo con mucha emoción cuando, en el 2002, fuimos a las calles de Caracas alrededor de trescientas mil personas –todo un record en el momento- más que para celebrar el 23 de enero como para protestar al presente Gobierno. De todas maneras, protestar a este Gobierno representa un homenaje implícito al 23 de enero de 1958, pues por primera vez los venezolanos sentimos que estábamos a punto de perder las bases de la vida de la Nación. El llamado espíritu del 23 de enero renació desde entonces, desde el año 2002, como preludio de la lucha en la que aún estamos sumidos.

Ante la evidencia de que el 23 de enero no había desaparecido del imaginario colectivo, los revolucionarios echaron para atrás su ofensiva contra esa fecha y se dedicaron a festejarla; pero no contentos con eso, buscaron un absurdo hilo conductor entre esa fecha y “su” fecha (4 de febrero): El pueblo que se alzó el 23 de enero levanta las banderas el 4 de febrero. Algo así muy parecido apareció en las paredes caraqueñas hace pocos años.

El 23 de enero de 2002, sentí una muy profunda emoción pues se palpaba desde entonces el espíritu aguerrido, fuerte y apasionado que nos llevó hasta el trágico 11 de abril. Ha pasado mucha agua debajo del puente desde entonces y aún no hemos logrado el objetivo: la salida del Gobierno para comenzar el largo camino de la reconstrucción social – política – económica – moral que merece nuestro país. Pero hay que seguir adelante: ¡Ni un paso atrás!

III
Este 23 de enero llega a nosotros con una fuerte carga de emociones encontradas: desde el desánimo y el escepticismo más absoluto hasta la pasión más profunda. Pero nadie está al margen de este momento emocional que vive el país.

Solo nos queda prepararnos para futuras batallas, legales, de calle, las que sean. El 23 de enero ha renacido como el ave fénix. Si para algunos todos los días son un 4 de febrero, una batalla inconclusa, un bombardeo constante, un fracaso que se esconde tras la magia de las palabras; pues para otros cada día debe ser un 23 de enero, una batalla ganada, una victoria contra el retroceso y la barbarie, una victoria más civil que militar. Una victoria, a secas.

En la Avenida Victoria es la cosa.

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