Nuestro país está enfermo, de eso hay pocas dudas. La pandilla que nos "gobierna" es un síntoma de esa enfermedad; pues no llegaron de otro planeta, sino que nacieron, se criaron y se desviaron en esta misma sociedad que hoy pretenden destruir.
Tal vez el símil no sea el mejor ni el más prudente, pero es como una malformación en el organismo (algo como un tumor), que se genera a partir de ese organismo imperfecto y poco a poco se enseñorea de él, se lo apropia y termina destruyéndolo. En nuestro caso, la pandilla chavista no ha comprendido que la destrucción de la sociedad lleva implícita la semilla de su propia destrucción.
Una de las más intensas paradojas de la Venezuela actual, es que el gobierno se comporta como si no existiera una parte importante del país que no lo quiere (y que, en algunos casos, tampoco lo reconoce). Esa negación de la realidad le ha salido cara al país.
La violencia política que se ha desatado en Venezuela los últimos diez años es consecuencia del discurso que ha pretendido borrar y barrer con la disidencia. El discurso del "no pasarán" se convierte, ipso facto, en tropas de civiles afectos al gobierno impidiendo, cercando, encerrando a quien no está con ellos.
La estrategia de la negación ha tenido consecuencias en el suelo patrio, pero las consecuencias peores han sido en el plano internacional, en el que el gobierno se ha comportado como un agente divisor de todas las sociedades en las que ha metido sus narices.
Dependiendo del grado de madurez política de cada nación, el daño ha sido mayor o menor. Así, países como Brasil; Chile; Argentina; México y Perú, han logrado poner un dique de contención al virus chavista. Pero países como Bolivia; Ecuador; Nicaragua; República Dominicana y la misma Colombia no han logrado permanecer ajenos a la peste militarista divisionista venezolana.
La intromisión abierta y declarada en los asuntos internos de Bolivia nos va a costar muy caro: amenazar con no quedarnos de brazos cruzados o con ir a derramar la sangre y las tripas criollas por una causa ajena no es la mejor de las ideas. Primero, porque ningún venezolano en su sano juicio querrá ir a pelear por el "indio Evo" y sus ansías de poder; segundo, porque no hay forma de llegar con tropas de combate a Bolivia sin generar un conflicto internacional de incalculables proporciones.
Para llegar a Bolivia, tendríamos que atravesar Brasil o llegar por Colombia - Perú o a través del Océano Pacífico de Chile. Es decir, si alguno de esos países permite que por su espacio aéreo, terrestre, fluvial o marítimo lleguen tropas de combate o grupos de choque venezolanos, automáticamente estaría declarándose aliado del gobierno venezolano.
Amenazar a algunos bolivianos con "no quedarnos de brazos cruzados" es una soberana estupidez. Es desconocer el derecho de autodeterminación de los pueblos que tanto argüímos en defensa propia.
Pero más allá, es ignorar hasta el infinito el alma guerrera del boliviano, bien sea del altiplano o de las zonas bajas. Decir que les vamos a mandar a una tropa de malandros a pelear es desconocer los problemas de la falta de oxígeno de La Paz y el exceso de calor en Santa Cruz; pero también es desconocer lo resteado que pueden llegar a ser quienes van a manifestaciones civiles con cartuchos de dinamita en sus manos o son capaces de crucificarse cada dos por tres para exigir sus derechos. Es olvidar que apenas en 1946 fue asesinado por una turba y colgado en un farol de la Plaza Murillo (la plaza central de La Paz) el presidente Gualberto Villarroel.En resumen, una estupidez infinita.
Pero el argumento de la secesión boliviana ha servido al cirquero mayor de Venezuela para enfilar baterías contra todo aquello que se mueva en dirección contraria a los designios gubernamentales. Ahora, a todo aquel que cometa el pecado original de ser oposición le será endilgado un nuevo adjetivo (des)calificativo. Ya no seremos sólo golpistas - terroristas - fascistas - oligarcas - escuálidos - adecos - borrachines amantes del güiski 18 años - ricos - terratenientes - lacayos - imperialistas - cipayos - cachorros del imperio - bushistas- y ahora secesionistas.
Todo es sospechoso de secesión, de ruptura territorial, de "medialunismo criollo", como parte de un plan o guión escrito en "Guasinton". Todo con tal de que el chavismo irredento, aquel que está saliendo a protestar o aquel que se está poniendo la franela roja pero también se pone la azul o la amarilla cuando conviene, se convierta y se cobije nuevamente bajo el regazo protector del Líder. Como en su momento lo fue el golpe, en sus versiones "golpe petrolero"; "golpe mediático"; "golpe eléctrico"; "golpe en cámara lenta" y otras que se me escapan de la memoria.
Pero olvida el chavismo, o su Líder, que en Venezuela la única secesión/ escisión/ ruptura/ fractura está en el alma de cada uno de nosotros. La fractura está en esa negación de la realidad que nos envuelve, a todos en ambos bandos, nadie se reconoce en el Otro y olvidamos que sin el Otro no hay reconocimiento posible, ni identidad y mucho menos sociedad. Las diferencias generan identidad y cohesión. Aplastar a otros es aplastar una parte de nosotros.
La principal escisión es afectiva, la de quienes comulgan con fervor con valores divorciados de la convivencia civilizada, y la de quienes transitoriamente y por conveniencia cierran los ojos. Y la de nosotros, los que no entendemos la gravedad de la ruptura y de lo que va a costar soldar y saldar esta deuda inmensa que estamos dejando a nuestros hijos.
Las ansias secesionistas que tan claramente ve el presidente en los opositores son la paja en el ojo ajeno que no alcanza a ver la viga que hay en el propio. Acusar de separatista a los demás es no haber entendido que lo que se ha sembrado no han sido precisamente semillas de amor sino espantosos vientos que han devenido en estas borrascosas tempestades. Hincharse de rabia y extender el dedo acusador es poner al descubierto la maraña patológica que atrapa al presidente y a su entorno cercano.
Quien ha instigado como nadie en nuestra historia a la división de los venezolanos, no puede jugar al "yo no fui" ni ser tan indecente como para acusar a los demás de sus propias miserias. Más bien, debería ser castigado severamente por ello. Porque este es el punto más álgido y peligroso de todos: la peor tragedia no es la crisis económica que está por explotar, ya de por sí bastante grave. Nuestra peor tragedia es no querer reconocernos en nuestra diversidad sino solamente en franelas rojas; es querer acabar con lo Otro sin entender que eso Otro nos da vida y sentido.
Mientras el presidente sigue buscando su guerra heroica a caballo, aquí o en donde lo dejen, que lo conduzca a los altares mundiales, los pueblos apenas piden satisfacción de sus principales necesidades, que no pasan precisamente por caerse a plomo con enemigos imaginarios.
Por todo eso es que creo que a algunos la vida no les alcanzará para pagar el daño que han hecho a Venezuela.
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