La visita

No es fácil hacer una valoración completa de la visita del presidente colombiano Álvaro Uribe a nuestro país.

No es fácil porque no ha pasado mucho tiempo desde que empezó toda la novela de encuentros y desencuentros entre ambos presidentes, que nos ha llevado al borde de la guerra (al menos de guerras verbales) en varias ocasiones.

Uribe es un zorro astuto de la política. Chávez no se queda muy atrás. Ambos son presidentes reelectos y son aceptados por la comunidad internacional.

Uno mira a la derecha, el otro a la izquierda, sin darse cuenta que esos desencuentros no los llevan a ningún lado.

Últimamente, entre los analistas políticos del país ha cobrado forma la opinión de que "ni Chávez ni Uribe" son los ejemplos a seguir en América Latina. Esa posición es bastante parecida a la que ha adoptado una buena parte de los venezolanos, los mal llamados "Ni-Ni", esa fauna que no quiere nada con Chávez pero que tampoco se siente identificada con la oposición (lo de "fauna", en este caso particular, va sin ánimos de ofender).

Con respecto a los crímenes de las FARC no se puede ser neutral. O se le rechaza frontalmente, o se le apoya, pero cualquier argumentación resbalosa corre el riesgo de confundirse con cierta clase de apoyo. Como cuando el presidente Chávez dijo que un robo podría entenderse si la persona no tiene trabajo y tiene familia que mantener. No es una condena al robo, sino más bien una explicación que se confunde con una justificación.

Uribe vino crecido por sus crecientes éxitos en la lucha contra las FARC y, especialmente, por el rescate de Ingrid Betancourt. Vino a dejar claro quién está ganando la guerra en Colombia. Pero seguramente vino a dejar más claro todavía que lo peor que le puede pasar a ambos países es la ruptura de las relaciones comerciales. Irremediablemente, duélale a quien le duela, Venezuela depende mucho de Colombia y viceversa.

Por puro pragmatismo, ambos presidentes deben meterse sus ideologías en sus respectivos bolsillos. Por puro sentido común, ambos presidentes deben entender que la convivencia civilizada es la mejor salida. También, que no es un tema de egos personales ni de narcisismos mal llevados, que no es un "vamos a ver quién puede más"... que la vida de millones de seres humanos está en juego por los desvíos que ambos personajes han hecho a las relaciones diplomáticas.

Luego de los triunfos militares, Uribe sabe que su próxima tarea es calmar las aguas venezolanas, ecuatorianas y nicaraguenses, al menos buscar el equilibrio que permita a todos los países la vuelta a la normalidad diplomática. En su país también le exigen a Uribe la pronta normalización de las relaciones internacionales. Y él, como político sagaz, sabe que no tiene mucho tiempo para hacerlo. Por eso no se atrevió a suspender la reunión con Chávez. Además, Chávez es su puente natural hacia Rafael Correa y Daniel Ortega en primera instancia; pero también es su puente hacia Lula y hacia el matrimonio Kirchner.

Chávez se reunió porque ya no tiene nada que perder. Quedó al descubierto su alianza contra-natura con las FARC. Quedó al descubierto su intento de desestabilizar el gobierno colombiano, usando a Piedad Córdoba como cabecera de playa. La popularidad del venezolano viene cayendo y este gesto de apertura con Colombia es un mensaje de la necesidad que tiene de un armisticio, de algo que le lave la cara.

En cambio, Uribe, aunque sea paradójico, tiene todas las de perder: en la cima de la popularidad, cualquier resbalón significará una caída abrupta, en la que todos los enemigos hoy neutralizados (entre ellos Chávez), aprovecharán para verle el hueso.

Desde el día del rescate de Ingrid Betancourt, no puedo dejar de recordar el día que Alberto Fujimori en Perú, recorría eufórico en un autobús el rescate de los rehénes de la Embajada de Japón. A la vuelta de pocos años, Fujimori, aún en el ejercicio del poder, huyó hacia Japón y hoy es enjuiciado en su país.

La sombra de Fujimori revolotea sobre Uribe... y pareciera que la sombra de Montesinos alcanzará a Chávez algún día.

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