Escalofriante. Absurdo. Demasiado.
Faltan palabras para describir las imágenes que seguramente marcaron a toda la humanidad. Así como en su momento otras imágenes lo hicieron: por ejemplo, la entrada triunfal de Hitler en París durante la II Guerra Mundial; el asesinato de J.F. Kennedy; la llegada del hombre a La Luna; estas imágenes de New York permanecerán en la memoria visual de la humanidad . No importa la religión o posición política que cada quien tenga.
Suena paradójico, pero el 11 de Septiembre del 2001 marcó simbólicamente el fin del siglo XX... pero no para entrar al siglo XXI, sino para retroceder.
La barbarie convertida en torres derribadas; la ciudad más universal del planeta reducida a fuego, escombros y muerte. Una danza macabra de dolor y de shock que aterró a la mitad del planeta y puso a una parte del mismo a celebrar. Para no ir muy lejos, en nuestra Plaza Bolívar de Caracas, una fanatizada dirigente chavista, Lina Ron, se dió a conocer en los medios luego de quemar una bandera de Estados Unidos y celebrar el ataque... como para demostrarnos con hechos, si alguien tenía dudas, que el horror estaba aquí cerquita. Corroborado siete meses después, cuando vivimos aquel fatídico 11 de Abril.
El fanatismo es una enfermedad que llena de odio y hace "pensar" a quienes lo profesan que matar en nombre de ideales es correcto, que genera la adicción de eliminar a quienes no piensan igual o simplemente a quienes piensan. Una realidad que está, que existe, que nos acecha.
Pueden elaborarse todas las posibles teorías, racionales o conspirativas; puede decirse cualquier cosa del Presidente Bush y de sus aliados, así como de Osama Bin Laden; pero NADIE escapa aún al pánico que produce la sola posibilidad de morir en cualquier momento, en cualquier circunstancia, sin más motivo que estar en el lugar y en el momento equivocado.
En lo personal, nunca olvidaré la sensación de opresión (y, en cierta forma, de "claustrofobia") que me produjo la seguidilla de ataques en distintas ciudades de Estados Unidos. En un momento determinado recuerdo que pensé: "no hay para dónde escapar... ¿en qué va a parar todo ésto?". Hoy, no tengo dudas de que ese precisamente era el mensaje que nos querían dar: no hay escapatoria posible y esto no termina todavía.
El demencial ataque a los edificios emblemáticos de New York y de Washington representa ese tipo de eventos a los que debemos decir ¡NUNCA MÁS! No hay ideología, bandera o religión que pueda sobrevivir teniendo el peso del horror sobre sus hombros. El horror se viste de muchas formas diferentes, en muchos lugares a la vez, y a todo eso también debemos decir ¡NUNCA MÁS!
La indiferencia es el caldo de cultivo del horror. El combate a la indiferencia es la mejor arma contra el terror.
Paz a todos los caídos.
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