Cuatro de febrero (II)

Más corto. Más incisivo. Más lleno de rabia. Año 2003.

¡Felicitaciones, Señor Comandante!
Imagínese, no podía pasar este día sin que le dirigiera unas palabras, aunque sea por esta incierta vía. Le explico, suelo ser mejor escritor que “hablador”, terreno en el que usted seguramente me gana por mucha ventaja. Además, aunque a veces las palabras vertidas al aire suelen tener un efecto demoledor (como usted bien lo sabe), le aseguro que la palabra escrita tiene la virtud de perpetuarse en el tiempo y de enterrarse como el más filoso de los cuchillos en el alma de quien la lee. La palabra escrita no sufre adornos o ediciones especiales de la memoria, de allí su efectividad.

Pero viene al caso señor comandante, que hoy es su día. Tal día como hoy, como suelen decir las efemérides, cuatro de febrero, hace exactamente once años; usted, y unos cuantos más como usted, intentaron pasar por las armas todo un complejo (aunque deficiente, hay que reconocerlo) sistema de gobierno y de vida. Hace once años, retumbaron las ametralladoras y surcaron los aviones el limpio cielo caraqueño para hacer valer por la fuerza lo que nunca hubiese podido hacer valer por la razón o por la inteligencia. Ayer, como hoy, intentó usted (y unos cuantos más como usted), que la fuerza bruta y la sinrazón del uso masivo de armas, fuese el valor dominante de la Venezuela del mañana. Esa Venezuela que usted nunca ha comprendido a cabalidad y que cada día se le escurre más y más de las manos.

Hoy celebra usted la muerte de sus compañeros y amigos; las sombras que los ocultaron en la madrugada; la violencia pura y sin límites aprendida en la academia; la danza macabra de las torturas y ajusticiamientos que ocurrieron en nombre de quién sabe qué ideales. Señor comandante, usted, que ha convertido cada uno de nuestros días en un perenne cuatro de febrero; que se levanta cada mañana con la necesidad mortal de tener que concluir y ganar aquella batalla que nunca pudo ganar; usted, que no sabe sino dar batallas (y perderlas); usted, el de la boina rojo sangre … por el amor de Dios y la Virgen, ríndase de una vez, en nombre de ese chispazo de elemental cordura que debe regresar a su mente de vez en cuando.

Señor comandante, tenga el honor de guardar el debido luto por sus muertos. Cargue usted con su violencia y su odio destemplado. Los hombros de los venezolanos no podemos seguir cargando con todos sus males personales y familiares ni con toda su sed de venganza contra la tierra que lo vio nacer. Los venezolanos, señor comandante, nos negamos a vivir en su perpetuo cuatro de febrero.

El odio se lo está comiendo señor comandante, véase en un espejo si se atreve. Observe cómo el odio ha minado sus expresiones y dibujado una sonrisa absolutamente cínica, falsa. La sed de venganza que muestran sus pocos seguidores, azuzados por su lenguaje visceral, amenaza con destruirlo todo. Solo Dios sabe si su cobardía nos pondrá de nuevo a salvo de otro salto al vacío, como ya ocurrió antes. Su cobardía, señor comandante, que más que restregársela en su cara como una afrenta, sin dudas es la más clara evidencia de que usted en medio de su desquiciamiento tiene un punto luminoso de cordura. Viva su cobardía, señor comandante.

Ah, lo olvidaba, felicitaciones señor comandante. Porque hoy es, una vez más, cuatro de febrero … pero mañana también lo será.

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