4 de febrero (parte I)

Hoy es cuatro de febrero, una vez más. Unos celebran la violencia del intento de golpe de Estado, otros protestan contra la celebración de la violencia.

Revisando algunos escritos de años anteriores, me encuentro con que reflejan casi al pie de la letra lo que pudiera escribir hoy. De aquí en adelante, lo escrito el 4 de febrero de 2006, 14 años después de aquel día.

Catorce Años desde el 04 de Febrero

I


En medio del sueño profundo, producto de todo un día de actividades de universidad, fui despertado por el repicar del teléfono de mi casa. En aquel entonces, tenía 20 años de edad, no existían aún los teléfonos celulares, al menos no de la forma masiva en que los conocemos hoy; así que la principal fuente de comunicación estaba centrada en el teléfono de la casa.

Alrededor de las 2 de la madrugada fui despertado por una llamada de una amiga de la universidad, quien con voz de alarma me anunciaba que había un Golpe de Estado. Confieso que mi primera reacción fue de incredulidad, en medio de la zona crepuscular del sueño y la vigilia. Palabras más, palabras menos me dijo: un grupo de militares paracaidistas están sobre La Casona (vivienda del Presidente de la República) y sobre Miraflores (Palacio de Gobierno). Esa fue la primera noticia que tuve.

Una vez trancada la llamada, sentado en mi cama en la oscuridad de la noche, apenas atiné a encender la pequeña TV en blanco y negro que me acompañaba prácticamente desde mi niñez, y que aún debe andar arrinconada en algún lugar del viejo apartamento de mis padres.

A

Valga decir que el año 1992 había comenzado en medio de fuertes rumores provenientes de los cuarteles. Se hablaba de “ruido de sables”, eufemismo para hablar de algo prohibido para aquel entonces, pues los militares eran obedientes y no deliberantes (es decir, no hablaban ni actuaban en política). El año 1991 lo recuerdo como el preámbulo para el alzamiento militar: en Mérida, ciudad universitaria en el oeste de Venezuela, los jóvenes protagonizaron innumerables enfrentamientos con las autoridades. De hecho, debe haber sido militarizada en varias oportunidades si mal no recuerdo. Caracas, la siempre rebelde capital, también preparó el terreno con constantes protestas.

Todas estas protestas tenían como telón de fondo la grave crisis social – política – económica destapada tres años antes –el 27 de Febrero de 1989, el Caracazo-. La dirigencia política del país nunca supo cómo manejar el pavoroso levantamiento popular de 1989, limitándose a tratar de mantener a como diera lugar el status quo.

El Presidente para aquel entonces, Carlos Andrés Pérez (CAP), estaba llegando esa noche del Foro Mundial de Davos, donde fue a exponer los avances que en materia económica (macroeconómica más bien) había experimentado el país. Severo contraste, mientras el país macroeconómico era modelo de desarrollo y crecimiento para el mundo, el país de la calle se caía a pedazos entre el hambre y las miserias de una dirigencia bruta, ciega y sordomuda a las demandas de las personas.

Al llegar cerca de la medianoche del 03 de febrero al Aeropuerto Internacional Simón Bolívar; el Presidente entendió que había un movimiento inusual de seguridad. Incluso, se sorprendió al ser recibido por el Ministro de Defensa (Fernando Ochoa Antich), quien ya tenía la noticia del alzamiento militar.

II

Después de algunos segundos de duda, confusión e incredulidad, decidí prender el pequeño TV. Creo que mis dudas venían de una imagen un tanto equívoca acerca de los alzamientos militares. Creía que los alzamientos venían con invasiones de militares en las calles; despiadados bombardeos aéreos sobre la ciudad; enfrentamientos armados entre civiles y militares y encarcelamientos masivos. Bueno, algunas de estas cosas sí ocurrieron en otros acontecimientos similares que he vivido (4 en Venezuela; 1 en Bolivia; 1 en Ecuador).

Lo primero que me sorprendió a esas horas de la madrugada es que los principales canales de TV tuvieran la señal abierta (Radio Caracas Televisión y Venevisión), pues para aquel entonces acostumbraban a cerrar temprano sus transmisiones. La imagen que tengo es de dirigentes políticos hablando acerca de la necesidad de preservar la democracia. Tengo en mi memoria la imagen de los dirigentes sin corbatas, espelucados, como recién arrancados de sus camas, con cara adusta, parados uno junto al otro como para darse ánimos, viendo fijamente las cámaras mientras uno de ellos hablaba. El personaje que más recuerdo es Eduardo Fernández, del partido social cristiano COPEI, enemigo acérrimo de CAP y según los entendidos, quien sería nuestro próximo Presidente.

Las alocuciones ocurrieron en Venevisión, supongo que por la posibilidad de llegar al canal de La Colina, en vez de Radio Caracas TV que aún mantiene su sede en Quinta Crespo, en el Centro de la Capital.

Luego de confirmar que, efectivamente, algo estaba pasando, me dispuse a avisar a los demás miembros de mi casa. Como para aquel entonces no teníamos perro, nadie se dio cuenta del sonido del teléfono. Hoy, cualquier sonido en la mitad de la noche es amplificado por los ladridos de Muñeca, compañera desde hace casi siete años de mi familia.

B

El Presidente se dirigió de inmediato a La Casona, edificación ubicada en el este de la ciudad, prácticamente un pequeño fuerte militar con acceso inmediato a la Base Aérea Generalísimo Francisco de Miranda. La situación en La Carlota era bastante grave, fuertes enfrentamientos ocurrían entre la Guardia Presidencial, la DISIP (policía política del Gobierno) y los militares insurrectos que intentaban entrar a sangre y fuego a la casa presidencial.

Valga un reconocimiento tardío a la Sra. Blanca Rodríguez de Pérez, esposa de CAP y Primera Dama de la República para aquel entonces. La Sra. Rodríguez de Pérez resistió en La Casona las fuertes embestidas de los militares alzados y no quiso abandonar su posición para entregarla a los rebeldes. Soy radicalmente opuesto a las posiciones políticas de CAP, pero esta mujer demostró al menos una fortaleza para mí desconocida. Mientras, su esposo no pudo ingresar a La Casona sino que fue al Palacio de Miraflores para ponerse al frente de la situación y revisar con su Ministro de Defensa y el resto del Gabinete cuál era la situación real.

A medida que transcurría la madrugada se develaba para el Gobierno la gravedad de la situación: la cantidad de oficiales y unidades comprometidas en el alzamiento eran un campanazo de alerta, la situación no iba a ser fácilmente sofocada, aunque los militares aliados al Gobierno eran mayoría.

III

Mi mamá fue la primera persona a quien notifiqué de la situación. En seguida se asomó a mi cuarto, mientras veíamos con cierto estupor el desfile de dirigentes políticos por Venevisión condenando el intento de Golpe de Estado.

Paralelamente, el teléfono de mi casa volvió a sonar, pues nuestros allegados tan sorprendidos como nosotros querían informarnos de la situación. Dos, tres, cuatro llamadas en medio de la madrugada, mientras escuchaba que los demás apartamentos cercanos también eran sacudidos por el repicar incesante de teléfonos.

Aún incrédulo frente a los acontecimientos y ya sabiendo lo que ocurría en La Casona –residencia presidencial ubicada a 15 minutos de mi casa, en un día sin tráfico, claro-, me asomé en el balcón. Supuse que si había enfrentamientos, en plena oscuridad vería los destellos de las armas. Pues no sólo vimos los destellos a lo lejos, lo peor para los nervios fue escuchar las incesantes descargas de ametralladoras. Era pues la confirmación de que algo muy feo estaba ocurriendo, cerca, en la ciudad donde vivía, en el universo donde hacía mi vida.

Mi papá, a quien despertamos enseguida, no se vio tan sorprendido como nosotros. A sus años, había vivido la turbulenta vida política de Venezuela; y entre otros episodios, vivió el 18 de Octubre de 1945; el 24 de Noviembre de 1948; el 23 de Enero de 1958; el 04 de Mayo de 1962 (El Carupanazo) y el 02 de Junio de 1962 (El Porteñazo). Vio enfrentamientos en las calles en 1945, cerca del Palacio de Miraflores y fue despertado el 01 de Enero de 1958 cuando Caracas fue sobrevolada por aviones de combate destinados a bombardear el Palacio de Gobierno. Por supuesto, este 04 de Febrero se lo sabía de memoria.

Pero en mi caso, era mi primera vivencia de una sublevación militar. Ya no era la protesta en la calle, la turba enfurecida saqueando comercios o los estudiantes lloviéndole piedras a la Policía Metropolitana. La cosa era más seria, ametralladoras; paracaidistas; tanques; patrullas; muertos en las calles. Un episodio más impactante de la lucha fraticida y ahora sangrienta que tenemos los venezolanos desde hace mucho.

C

La primera alocución en la que pude ver al Presidente fue en la madrugada, anunciando que estaba al mando de la situación, rodeado de su Ministro de Relaciones Interiores y el Gobernador del otrora Distrito Federal (igual, como momias al lado del Presidente, viendo fijo a las cámaras y pegaditos unos a otros).

Al amanecer, en medio de la incertidumbre, empezó a conocerse el alcance de la rebelión. Se sabía que el Estado Zulia (región petrolera del país) había caído en manos de los alzados. De hecho, su Gobernador Oswaldo Álvarez Paz era prisionero del Comandante Francisco Arias Cárdenas. Estuvieron comprometidas en la rebelión guarniciones militares de los estados Aragua, Carabobo, Miranda, Zulia y el Distrito Federal.

En Caracas, la Base Aérea Generalísimo Francisco de Miranda fue tomada por los militares, mientras las unidades de la DISIP y militares leales tomaban posiciones y combatían desde el Liceo Gustavo Herrera de Chacao, la Autopista Francisco Fajardo; el Centro Ciudad Comercial Tamanaco y desde las inmediaciones de Altamira.

Paralelamente, el Museo Histórico Militar de la Planicie fue tomado por el jefe del alzamiento, el Teniente Coronel del Ejército Hugo Chávez. Desde allí, controlaba las operaciones contra el Palacio de Miraflores, como aquella fatal imagen que dio la vuelta al mundo: el tanque de guerra intentando derribar una reja para entrar al Palacio. Carlos Andrés Pérez escapó como pudo –según relatos de personas cercanas, con ametralladora en mano-. Los mitos urbanos que se tejieron de ese día cuentan que pudo escapar por una suerte de túneles subterráneos que conectan al Palacio de Gobierno con media Caracas; también, que Hugo Chávez lo tuvo en algún momento frente a frente, en ángulo de tiro, y que no pudo o no quiso dispararle. Nunca se sabrá la verdad de esos instantes.

IV

Alrededor de las 08 de la mañana, fui con mi mamá a la calle a ver si había comercios abiertos que vendieran los insumos principales. Pocos comercios abiertos daban cuenta de la respuesta de las personas ante los acontecimientos.

De regreso a casa, escuchamos el rugir de una escuadra de aviones F-16 que surcó el cielo caraqueño. El objetivo era disuadir a los golpistas. Un par de horas más tardes, el Ministro de Defensa anunció por TV que el Gobierno tenía el control total de la aviación, por lo que anunciaba un pronto bombardeo de los objetivos que aún estaban en manos de los golpistas.

La incredulidad y miedo inicial poco a poco fue dando paso a una inmensa expectativa sobre los acontecimientos que estaban ocurriendo. La gran pregunta era: ¿y ahora qué? Esta era la segunda gran prueba de fuego para el Gobierno de Carlos Andrés Pérez y las perspectivas no eran alentadoras.

El hastío a que había sido sometido el país por la sucesión de crisis en toda la década de los ochenta y comienzos de los noventa, la incapacidad de la dirigencia política para dar una respuesta inmediata y eficiente colmó el vaso de la paciencia popular. Aparte del miedo por la cantidad de armamento que en ese momento estaba siendo utilizado en las calles de Caracas y de otras ciudades del país, la verdad es que pocos reaccionaron movilizándose ante los acontecimientos. Era una crisis anunciada… y en algunos casos, pedida a gritos por miles de venezolanos.

D

La rendición fue negociada con el Gobierno. Serían respetadas las vidas de los jefes golpistas a cambio de su rendición incondicional. En realidad, la única parte de los golpistas que no logró el objetivo de la toma del poder fue la de Caracas, al mando de Hugo Chávez. Parte de las negociaciones incluían una alocución televisada en la que el Teniente Coronel anunciara su rendición y pidiera a sus comandados que hicieran lo mismo.

Cerca de las 11:00 AM, estas fueron las palabras de Chávez, en vivo y directo, con uniforme militar y boina roja:

“Primero que nada quiero dar buenos días a todo el pueblo de Venezuela, y este mensaje bolivariano va dirigido a los valientes soldados que se encuentran en el Regimiento de Paracaidistas de Aragua y en la Brigada Blindada de Valencia.

Compañeros: Lamentablemente, por ahora, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados en la ciudad capital. Es decir, nosotros, acá en Caracas, no logramos controlar el poder.

Ustedes lo hicieron muy bien por allá, pero ya es tiempo de reflexionar y vendrán nuevas situaciones y el país tiene que enrumbarse definitivamente hacia un destino mejor. Así que oigan mi palabra. Oigan al comandante Chávez, quien les lanza este mensaje para que, por favor, reflexionen y depongan las armas porque ya, en verdad, los objetivos que nos hemos trazado a nivel nacional es imposible que los logremos.

Compañeros: Oigan este mensaje solidario. Les agradezco su lealtad, les agradezco su valentía, su desprendimiento, y yo, ante el país y ante ustedes, asumo la responsabilidad de este movimiento militar bolivariano. Muchas gracias”

(Hugo Chávez, 04 de Febrero de 1992)

Bien visto, como pieza oratoria es una parrafada de lugares comunes. También de torpezas, ¿a quién demonios se le ocurre dar “primero que nada los buenos días”, cuando todo el país fue despertado de golpe? Tan pobre era el discurso de los dirigentes políticos, que bastaron un par de frases para engatusar, despertar y redimir a medio país:

“Lamentablemente, por ahora, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados en la ciudad capital”

“Asumo la responsabilidad de este movimiento militar bolivariano”

La primera frase dio un aliento de esperanza en medio del cúmulo de desesperanzas en que estaba entrampado el país. La segunda frase sólo llenó un mayúsculo vacío de nuestra sociedad: la de asumir una responsabilidad.

Imagino que debe ser difícil para alguien poco familiarizado con nuestro quehacer político, entender que esas torpes palabras de un militar asustado y rendido hayan sacudido al país más que las balas y muertos.

Lo otro, que sin dudas fue un sacudón para las conciencias de los venezolanos, fue el lenguaje trasnochado: brigadas, paracaidistas, movimiento, bolivariano. Tan acostumbrados al lenguaje de los partidos políticos, la nueva nomenclatura militar, aunque profundamente retrógrada, fue un toque de “frescura” en medio de la nada.

V

Creo que pocos venezolanos no vieron en vivo y directo a Chávez anunciar la capitulación del alzamiento militar. La primera cara diferente a las que tenían 30 o 40 años en la escena pública tuvo, necesariamente, que llamar la atención.

Pocos, eso sí, tuvieron la lucidez de saber lo que ese símbolo representaba para el país. Pocas, muy pocas, fueron las voces que pudieron entrever lo que venía en camino. Muchos, entre quienes me cuento, pensamos en que ese intento de Golpe había sido exitoso aún en su fracaso militar. ¿La razón? Simplemente creíamos con ingenuidad que los políticos, si bien iban a mantener el poder, iban a hacer profundos giros en su actuar.

Craso error. La historia enseña que pocas veces las dirigencias cambian con un tropezón de estas magnitudes. Más bien, se enseñorean en sus errores una vez superada la dificultad. Y para muestra, el mismo gordo botón de Chávez después del 11 de Abril de 2002.

El asustado Presidente Pérez convocó a las fuerzas vivas del país, entre ellas un grupo de “Notables” (intelectuales del país) que conformaron un Consejo Consultivo, que hizo un diagnóstico con recomendaciones concretas, pero al cual no se le paró mucho, una vez pasado el susto.

Dos cosas más me impactaron alrededor del 4 de febrero:

La primera, yo estudiaba en la Universidad Católica Andrés Bello. Y el 5 de febrero hubo clases normales, al menos en mi carrera. Aún se contaban los muertos y volvía la calma al país, y nuestros profesores siguieron dando clases como si nada. En verdad, no fui a clases ese día porque por mi cabeza no pasaba que eso ocurriría. En todo caso, esperaba que la Universidad se convirtiera en centro de debates y discusiones acerca de lo ocurrido.

La segunda, esos días siguientes al 4 de febrero los periódicos se llenaron de noticias extrañas: asaltos a cuarteles de las distintas Policías; robos de armamentos; etc. Noticias extrañas para la vida relativamente pacífica que habíamos vivido desde principios de siglo.

E

Conforme pasaba el día, el establecimiento político se hizo cargo de la situación. Una vez apagadas las armas y bajo control las guarniciones, el Congreso Nacional se hizo presente para debatir la situación y convalidar o negar el decreto de suspensión de garantías constitucionales que firmó el Poder Ejecutivo.

En ese sentido, hubo dos intervenciones que marcaron la pauta de la vida política hasta nuestros días: la del Dr. Rafael Caldera y la del Dr. David Morales Bello. Ambos representantes indudables de los principales partidos políticos de aquel entonces (Acción Democrática y COPEI).

Caldera puso la nota diferencial entre los discursos vacíos de apoyo a la democracia. Tan vacíos que la mayoría de ellos fueron identificados como un apoyo claro al Gobierno de turno, pero no a la democracia. Caldera puso el dedo en la llaga y dio un viraje al sistema: Caldera condenó el golpe (“felizmente frustrado”, según sus palabras), pero también condenaba el accionar ciego del establishment político. El decreto de suspensión de garantías hablaba del intento de golpe como un intento de asesinato del Presidente, lo cual sonaba exageradísimo como refería Rafael Caldera:

“…La segunda observación que quiero hacer, es la de que no estoy convencido de que el golpe felizmente frustrado hubiera tenido como propósito asesinar al presidente de la república.

Yo creo que una afirmación de esa naturaleza no podría hacerse sino con plena prueba del propósito de los sublevados. Bien porque hayan confesado y exista una confesión concordante de algunos de los comprometidos o algunos de los actores del tremendo y condenable incidente, o bien porque exista otra especie de plenas pruebas que difícilmente creo se puedan haber acumulado ya en el sumario que supuestamente debe haberse abierto por la justicia militar.

Afirmar que el propósito de la sublevación fue asesinar al presidente de la república es muy grave; por lo demás, se me hace difícil entender que para realizar un asesinato, bien sea de un Jefe de Estado rodeado de todas las protecciones que su alta condición le da, haya necesidad de ocupar aeropuertos, de tomar bases militares, de sublevar divisiones…”

Y siendo más incisivo aún:
“…Debemos reconocerlo, nos duele profundamente pero es la verdad: no hemos sentido en la clase popular, en el conjunto de venezolanos no políticos y hasta en los militantes de partidos políticos ese fervor, esa reacción entusiasta, inmediata, decidida, abnegada, dispuesta a todo frente a la amenaza contra el orden constitucional. Y esto nos obliga a profundizar en la situación y en sus causas.

En estos momentos debemos darle una respuesta al pueblo y tengo la convicción de que no es la repetición de los mismos discursos que hace treinta años se pronunciaban cada vez que ocurría algún levantamiento y que vemos desfilar por las cámaras de la televisión, lo que responde a la inquietud, el sentimiento, a la preocupación popular. El país está esperando otro mensaje.

Yo quisiera decirle a esta tribuna con toda responsabilidad al señor presidente de la república que de él principalmente, aunque de todos también, depende la responsabilidad de afrontar de inmediato las rectificaciones profundas que el país está reclamando.

Es difícil pedirle al pueblo que se inmole por la libertad y por la democracia, cuando piensa que la libertad y la democracia no son capaces de darle de comer y de impedir el alza exhorbitante en los costos de la subsistencia, cuando no ha sido capaz de poner un coto definitivo al morbo terrible de la corrupción, que a los ojos de todo el mundo está consumiendo todos los días la institucionalidad. Esta situación no se puede ocultar.

El golpe militar es censurable y condenable en toda forma, pero sería ingenuo pensar que se trata solamente de una aventura de unos cuantos ambiciosos que por su cuenta se lanzaron precipitadamente y sin darse cuenta de aquello en que se estaban metiendo. Hay un entorno, hay un mar de fondo, hay una situación grave en el país y si esa situación no se enfrenta, el destino nos reserva muchas y muy graves preocupaciones…”

(Rafael Caldera, Congreso de la República, 4 de febrero de 1992)


Luego, el senador David Morales Bello, inflamado por un sentir ajeno a la mayoría de los venezolanos, pidió “muerte a los golpistas”, enterrando con esas palabras al sistema que representaba desde hace muchos años.

Ambos discursos fueron un retrato hablado y una premonición de lo que ocurriría en Venezuela: el discurso de Rafael Caldera fue más incendiario que las palabras torpes de Chávez y abrieron paso a las tres presidencias que hemos padecido desde entonces: la del Dr. Ramón José Velásquez (Presidente Interino cuando fue juzgado por corrupción Carlos Andrés Pérez); la del propio Dr. Rafael Caldera y el septenio de Hugo Chávez.

El discurso de Morales Bello fue la estocada simbólica que se necesitaba para enterrar un modelo político. La palabra traducida en acciones cambió la faz política de Venezuela para siempre, más allá de las armas, cosa que no han aprendido los que hoy nos gobiernan.

Catorce años…
Demasiada agua ha pasado bajo el puente. Venezuela cambió y los venezolanos cambiamos. Ahora queremos aniquilarnos aunque sea simbólicamente. Los mismos adecos y copeyanos de ayer, son ahora socialistas o marxistas o izquierdistas. El populismo petrolero aderezado de una descomunal irresponsabilidad ha hecho añicos al país.

La incapacidad del Gobierno es tal, que siete años después de ser Gobierno y catorce años en la escena política, no hay forma de que los golpistas de ayer hagan un buen Gobierno. Para muestra, algunas perlas: aumento de salarios; eliminación del Impuesto al Débito Bancario. Pero nada de viaductos (“me lo quieren echar encima ahora, como si yo tuviera la culpa”); de puentes; de vías de comunicación; de viviendas. Sólo dinero. Nada de obras. Pero ojalá ese fuese el problema principal.

Como he dicho otras veces, el principal problema es que el Gobierno no se quedará tranquilo hasta que lleve a Venezuela a una guerra fraticida o con cualquier otro país. Desde el 04 de Febrero de 1992, el Presidente no ha podido terminar su batalla, su épica morbosa que lo tiene peleando sólo contra el Universo y más allá. Lo malo es que para muchos venezolanos, el 04 de Febrero aún no ha terminado, no es suficiente con haber tomado todos los resquicios del poder, es necesario aniquilar a todo lo que no sea como yo, a todo lo que recuerde el fracaso inicial.

La sociedad sigue dividida y lo seguirá estando por muchos años más. El 04 de febrero es el punto de quiebre de la Venezuela contemporánea. Así como la muerte del Juan Vicente Gómez en 1936 significó la entrada del país al siglo XX; el 04 de febrero significó el regreso del país al siglo XIX; con todo lo terrible que eso puede significar. El eterno retorno de la historia nos indica que, más temprano o más tarde, regresaremos a la paz después de muchas violencias y que habremos de construir un país digno, que aprenda, que construya y que se base en un principio que le escuché a algún Presidente en algún momento:

Ni olvido ni venganza, justicia.

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