Buenos Aires





Hace un año y unos días, tuve la oportunidad de conocer una ciudad fascinante. Buenos Aires, con su frío de otoño, me dejó un gratísimo recuerdo y unas inmensas ganas de volver.

Una ciudad llena de historia en cada esquina, donde los edificios cuentan leyendas y la actividad cultural es el alma de la ciudad. Buenos Aires, buenos sabores, donde la comida es un arte que va más allá de su mítica carne de res, y donde cualquier mesa es excusa para saborear un toque de la ciudad.
Calles hechas para caminar, en la que las tiendas tienen personalidad propia y donde las tendencias de la moda se dan la mano con el transeúnte de media noche. Una vidriera en Buenos Aires es, cuando menos, una invitación a los sentidos. Invitación frecuentemente refrendada por quienes atienden.

El Obelisco; la Plaza de Mayo; la Casa Rosada; la 9 de Julio; la calle Corrientes; el Barrio de La Boca; Caminito; Palermo; Palermo Hollywood; Palermo Soho; Puerto Madero; el Río de la Plata; Galerías Pacífico; San Telmo y su inolvidable feria de antigüedades de los domingos; el extraño Cementerio de Recoleta; el Barrio Chino y mil otros lugares.

Indudablemente, las librerías me ocuparon mucho tiempo. ¡Pero que extraordinario poder caminar por una avenida en la que puedes escoger la librería que quieras! Creo que es un triunfo silencioso de la cultura. El sueño de los "ratones de librerías".
Una ciudad en la que sus protagonistas son expresivos voceros del verdadero sentir "sureño", de sus alegrías al límite y sus tristezas infinitas.

Alguien me decía que después de conocer Buenos Aires iba a entender, finalmente, por qué los argentinos son como son (o como creemos que son)... fui, conocí y me quedé encantado con esta metrópolis que se me hace un pedazo de una Europa desconocida para mí en América.

Y sí, tienen razones de sobra para sentirse orgullosos de ser quienes son y para sentirse profundamente melancólicos de no ser lo que podrían llegar a ser.

Buenos Aires... ¡volveré!

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