La neblina totalitaria avanza de manera suicida sobre el país, mientras los ciudadanos contemplamos impávidos e incrédulos el espectáculo. La facción que controla los espacios de poder en Venezuela ha hundido el pie en el acelerador, sin ver a los lados y sin percatarse de que hay un país entero convertido en olla de presión.
A espaldas del país, una “comisión mixta” de la ilegítima Asamblea Nacional decidió profundizar la barbaridad jurídica y política ordenada por el Presidente de la República. Si no era suficiente cambiar 33 artículos de la Constitución Nacional, algunos de ellos columnas vertebrales del sistema político del país, los infames diputados agregaron modificaciones en 25 nuevos artículos, redondeando una de las faenas más lamentables de nuestra historia republicana. Todas estas actuaciones sin duda deben estar engordando el expediente ya de por sí voluminoso de unos cuantos revolucionarios. La justicia tarda, pero felizmente llega.
No solo el cerco es jurídico, también es físico y territorial, tal y como quedó demostrado una vez más ayer en el Teatro Teresa Carreño (TTC). Lamentable que uno de los pocos espacios dedicados en nuestra ciudad a la cultura y las artes sea el símbolo del apartheid político que una parte del país impone a otra. Porque es bueno recordar que el ejercicio del Poder en la Venezuela de hoy tiene su razón de ser en que se gobierna en contra de una parte de la nación. Y a esa parte se le excluye, humilla y se le hace pagar una factura ancestral. Es bueno recordar que el resentimiento es clave de la dinámica nacional: los revolucionarios que tienen un hambre atrasada de aplastar, y los antirrevolucionarios, los aplastados de hoy, a quienes mañana se les hará difícil olvidar.
Ayer, el TTC fue el escenario de la infamia. El odio destilado por las barras bravas bolivarianas (evidenciado en los gritos, empujones, insultos, golpes, patadas, ojos desorbitados), nos desnudó una vez más como un país resquebrajado en dos pedazos que se niegan a reconocerse y a escucharse. Hoy, no cabemos todos en Venezuela. Hoy, Venezuela está a punto de estallar en mil pedazos, pero no serán la inseguridad ni el desabastecimiento ni la crisis económica los detonantes. El detonante será el arrinconamiento despiadado al que se intenta someter a una parte del país.
Lo triste es que todos sabemos que esas prácticas fascistas del sector gobernante van a terminar muy mal. Que Dios nos proteja y evite lo que parece ser el desenlace final de esta larga y oscura noche que se ha posado sobre nuestro país.
A espaldas del país, una “comisión mixta” de la ilegítima Asamblea Nacional decidió profundizar la barbaridad jurídica y política ordenada por el Presidente de la República. Si no era suficiente cambiar 33 artículos de la Constitución Nacional, algunos de ellos columnas vertebrales del sistema político del país, los infames diputados agregaron modificaciones en 25 nuevos artículos, redondeando una de las faenas más lamentables de nuestra historia republicana. Todas estas actuaciones sin duda deben estar engordando el expediente ya de por sí voluminoso de unos cuantos revolucionarios. La justicia tarda, pero felizmente llega.
No solo el cerco es jurídico, también es físico y territorial, tal y como quedó demostrado una vez más ayer en el Teatro Teresa Carreño (TTC). Lamentable que uno de los pocos espacios dedicados en nuestra ciudad a la cultura y las artes sea el símbolo del apartheid político que una parte del país impone a otra. Porque es bueno recordar que el ejercicio del Poder en la Venezuela de hoy tiene su razón de ser en que se gobierna en contra de una parte de la nación. Y a esa parte se le excluye, humilla y se le hace pagar una factura ancestral. Es bueno recordar que el resentimiento es clave de la dinámica nacional: los revolucionarios que tienen un hambre atrasada de aplastar, y los antirrevolucionarios, los aplastados de hoy, a quienes mañana se les hará difícil olvidar.
Ayer, el TTC fue el escenario de la infamia. El odio destilado por las barras bravas bolivarianas (evidenciado en los gritos, empujones, insultos, golpes, patadas, ojos desorbitados), nos desnudó una vez más como un país resquebrajado en dos pedazos que se niegan a reconocerse y a escucharse. Hoy, no cabemos todos en Venezuela. Hoy, Venezuela está a punto de estallar en mil pedazos, pero no serán la inseguridad ni el desabastecimiento ni la crisis económica los detonantes. El detonante será el arrinconamiento despiadado al que se intenta someter a una parte del país.
Lo triste es que todos sabemos que esas prácticas fascistas del sector gobernante van a terminar muy mal. Que Dios nos proteja y evite lo que parece ser el desenlace final de esta larga y oscura noche que se ha posado sobre nuestro país.
La Resistencia está activada.
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