18 de Octubre

Hace dos años (2005), escribí unas cuartillas acerca del 18 de octubre. Fecha importante en la historia contemporánea de Venezuela, aunque cada vez más dejada en el olvido. Los protagonistas de 1945 prácticamente desaparecieron y los "herederos" de esas viejas glorias prefieren pasar agachados.

Releer esas cuartillas me generó un gran desconcierto. Ojalá mis palabras escritas no tengan ningún poder de convocar acontecimientos. Las copio aquí para drenar un poco mi angustia.



"La Revolución, Sesenta Años Después

I

Hoy se cumplen sesenta años de la llamada Revolución de Octubre, ocurrida el 18 de octubre de 1945.

Paradoja de paradojas, la Revolución de Octubre fue la consecuencia de un golpe de Estado al Gobierno de Isaías Medina Angarita, por parte de una logia de militares junto con el partido Acción Democrática. Recordemos, con el perdón de los verdaderos historiadores, algunos hechos alrededor de aquella fecha.

El contexto histórico era el siguiente: el planeta había salido apenas un par de meses atrás de una espantosa guerra (II Guerra Mundial). Hiroshima y Nagasaki fueron testigos del horror de las bombas atómicas que forzaron la rendición incondicional de Japón y sellaron el fin de la Guerra. El mundo entero asistía a la contabilización de las pérdidas humanas y materiales; a la caída del fascismo; el nacimiento del universo bipolar, con Estados Unidos y la Unión Soviética como los grandes protagonistas; y en general, asistía la humanidad a una especie de renacimiento sobre los escombros y cenizas de los feroces bombardeos.

Venezuela, lejos de la conflagración mundial, era –tal como hoy en día- un proveedor seguro de petróleo para los aliados. Y en su interior se decantaba un proceso de democratización paulatina que fue bruscamente cortado por el golpe de octubre del 45. Isaías Medina Angarita, el Presidente depuesto, adelantó un programa de Gobierno de apertura, que aceleraba las condiciones hacia la democracia plena que había puesto en marcha su antecesor Eleazar López Contreras. Ambos generales de las Fuerzas Armadas del gobierno de Juan Vicente Gómez.

A la muerte de Gómez, luego de 27 años en el poder, asumió Eleazar López Contreras, el cual traspasó el mando a Medina Angarita. En aquel entonces, las elecciones se realizaban de segundo grado, es decir, el Congreso Nacional votaba al Presidente. Medina Angarita se enfrentaba con el dilema de esa elección de segundo grado versus la posibilidad de instaurar por primera vez el voto universal, directo y secreto. Algo impensable para quienes querían mantener cierta cuota de poder sobre el cada vez más despierto pueblo venezolano.

Medina Angarita, a través de su Partido Democrático Venezolano –uno de los más crasos errores de Angarita, al intentar construir un partido desde el Gobierno-, pretendía elegir como sucesor a un candidato de consenso. Un candidato que reuniera las siguientes condiciones: alguien ajeno a la intensa diatriba política cotidiana; leal a Medina Angarita pero también con el favor de las Fuerzas Armadas; que mantuviera la hegemonía andina presente desde 1899 de la mano de Cipriano Castro; pero también alguien que tuviese “llegada” con el principal partido de oposición, la naciente Acción Democrática (AD).

El hombre de consenso era el Embajador de Venezuela en Estados Unidos, el Dr. Diógenes Escalante. Por esas cosas del destino, capaz de torcer los mejores cálculos y arropar cualquier estrategia, el Dr. Escalante sufrió una especie de colapso mental repentino que le impidió postularse para la Presidencia. Ante tal situación, el apetito de poder de López Contreras y sus seguidores llevó a pensar en una futura entrega del mando de Medina Angarita a López Contreras. Como decimos en criollo, iban a pagarse y darse el vuelto. De López Contreras a Medina y de Medina a López Contreras.

Ante tal dilema y la crispante situación política, Medina Angarita decide impulsar la candidatura del Dr. Ángel Biaggini, gris funcionario del gobierno. La fórmula no gustó a los dirigentes de AD, quiénes decidieron pasar a la acción para la toma inmediata del poder. La nueva estrategia: aliarse con los mandos medios de las Fuerzas Armadas, encabezados por el entonces Coronel Marcos Pérez Jiménez.

El 18 de octubre, entonces, se consumó la aberrante alianza entre las Fuerzas Armadas y un partido popular, a través del golpe que cambió la historia del Siglo XX venezolano. Increíblemente, los adecos llegaron al poder mediante un golpe de Estado, pero con la bandera de las elecciones universales, directas y secretas. Ese pecado original le sería cobrado a Acción Democrática a lo largo de su historia, empezando por el 24 de noviembre de 1948, apenas tres años después, cuando el Gobierno democrático de don Rómulo Gallegos fue derrocado por otra logia de militares, dando paso a la penúltima dictadura que se vivió en Venezuela.

El poder enceguece. La conquista del poder ha obnubilado la mente de nosotros los venezolanos por mucho tiempo. No es nada nueva la fórmula de hablar “a favor del pueblo” mientras la intención primaria es otra. No es nada nueva la pasión por la hegemonía personal. No es nada nueva la confusión que sufren nuestros gobernantes de creerse los ungidos para decidir por millones, sin atender las voces de alerta.

Nuestra crisis, en fin, es de vieja data y con raíces bien profundas. Y la Revolución de Octubre fue, sin dudas, apenas un síntoma más de la larga dolencia nacional.

II

Hoy se cumplen sesenta años de la Revolución Socialista que madrugó a Venezuela en los albores del siglo XXI. Hoy, en el año 2058, han transcurrido sesenta años de aquel experimento retro que llevó al país a la locura de la Guerra Civil (años 2008 al 2010) y al despertar tras la recuperación gradual de la paz y la estabilidad.

En el año 2008, a 10 años de instaurada la dictadura, en medio de una gigantesca crisis energética mundial y una pavorosa recesión económica, una comunión entre los gobiernos de países vecinos (Colombia; Brasil; Argentina; Perú; Ecuador; Chile y México) y la oposición venezolana, convocó a una insurrección popular para derrocar a la tiranía. Para aquel entonces, ya Cuba se había anexado como el estado número 23 de la nueva Confederación.

La insurrección no terminó a los dos días como estaba planificada. Se extendió por dos años, a lo largo y ancho del país, e incluso más allá de las fronteras. Los combates se libraron casa por casa, cuadra por cuadra, barrio por barrio, pueblo por pueblo, ciudad por ciudad, convirtiendo al país en el más sanguinario campo de batalla. Los odios, atizados durante más de diez años, encontraron tierra fértil para germinar en medio de ejércitos de civiles y las más espantosas ráfagas de ametralladoras que salían hasta debajo de las piedras. Las bajas, incontables.

Los venezolanos, conocidos hasta ese momento por su temple amable y por su abierta sinceridad y tolerancia, pasaron al otro extremo del péndulo, convirtiéndose en los más apasionados tiranos que haya conocido Latinoamérica en lo que va de siglo.

La batalla se extendió sin que mediaran posibilidades de tregua. La lucha armada encontró en los países vecinos a ejércitos enteros de desposeídos que, sin nada que perder, se entregaban a los ideales neo-socialistas postulados por el entonces Presidente Chávez, quien quería cristalizar a como diera lugar sus sueños expansionistas.

La rendición incondicional de Hugo Chávez y sus ejércitos fue obra de la terca resistencia que pusieron los opositores y sus aliados, proponentes de la Nueva Venezuela. La huída hacia Cuba fue despavorida. En el día de la rendición, La Habana aún era el estado 23 de la Confederación, por lo que fue apresado por las nuevas autoridades, quienes se negaron a llevarlo al Medio Oriente tal y como lo rogaba.

La justicia nacional y la internacional cumplieron su misión. Chávez y los miembros de su gobierno y partido fueron enjuiciados y llevados a la cárcel por infinidad de delitos. Hasta su muerte, el Comandante habló sin parar. Cuentan sus vecinos de celda que cada domingo armaba escándalos que duraban 12 o más horas, pues actuaba de manera delirante como si estuviese en el set de un Aló Presidente... hablaba con reproducciones de Bolívar, fotos del Ché Guevara y Fidel Castro y les preguntaba por qué lo habían abandonado.

Murió en medio del olvido de todos, lo que sin dudas fue su más grande castigo. Morir de viejo, su segundo peor castigo, ya que anheló siempre la mano imperialista que le pegara un tiro y así pasar a la historia en medio de la aureola de los mártires.

A partir del 2011, año del Bicentenario de la firma del Acta de la Independencia, el país comenzó a reconstruirse sobre sus escombros, a levantarse sobre sus ruinas, a curar sus profundas heridas, que hasta hoy alcanzan a dejar ver cicatrices. El dolor, desgraciadamente, fue el motor de la conciencia y el comienzo del desarrollo del venezolano. Ese venezolano sereno, inquieto pero reflexivo, es hijo de la más profunda dislocación de los valores y la ética que haya vivido el país en los últimos 100 años.

Hoy la Nueva Venezuela, cuyo nombre nos recuerda que hubo una Venezuela que pasó a la historia, que necesariamente tuvo que ser desechada para levantar sobre sí misma una nueva Nación, representa una esperanza para las nuevas generaciones. Quienes hoy recuerdan el horror de haber sido barridos o de querer barrer a otros compatriotas, no entienden cómo se pudo llegar a aquel extremo de postración, cobardía e infamia. Nadie entiende cómo es posible no haberse dado cuenta de que el camino a la guerra era un camino cantado, previsible, ni cómo un país entero se entregó incondicionalmente en los brazos de la muerte.

Sólo una muerte simbólica tan espantosa como la ocurrida a comienzos de siglo XXI podía dar vida a lo que somos hoy: una gran nación que, a pesar de las dificultades, se enrumba con paso firme hacia el siglo XXII."


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