Confieso que no pude evitarlo.
Creo que una fuerza inexplicable, misteriosa, me indujo a ver ese programa el domingo en Globovisión (Yo Prometo, de Nitu Pérez Osuna).
En ese programa estuvo invitada la cantante y actriz venezolana Lila Morillo. Nada más y nada menos que Lila Morillo. La ex-esposa del Puma José Luis Rodríguez. La cantante de "El Cocotero"; "La Jaula de Oro" y muchas otras piezas que ya pertenecen a nuestros registros históricos comúnes. La madre de Liliana y Lilibeth.
La consentida de Sábado Sensacional, tanto de Amador Bendayán como de Gilberto Correa.
La consentida de Sábado Sensacional, tanto de Amador Bendayán como de Gilberto Correa.
Nunca he sido fanático de Lila, en ninguna de sus versiones. Su forma de ser siempre me ha provocado cierto tipo de rechazo. O revisándolo mejor, es una dualidad de "atracción - rechazo". Algo así como saber que algo está mal pero igual lo haces sin tener muy claro el por qué.
Lila Morillo pertenece a una vieja raza de venezolanos. Es de los pocos personajes vivos que es parte de un pedazo de nuestra memoria colectiva, si es que tal cosa existiera. Cualquier venezolano tiene algo que ver con ella, sea cual sea la razón.
De ella vengo oyendo hablar desde que era niño. Es decir, al menos tres décadas pa´trás en el tiempo.
Quizás las primeras veces escuché de ella en algún desayuno dominguero en mi casa, justo después de alguna presentación suya en el mítico Sábado Sensacional. Mi papá siempre decía que ella era una de las cantantes que mejor "doblaba" en televisión (que hacía playback), que ni siquiera La Primerísima Mirla lo hacía tan bien.
Pero más que cantante, la Morillo era conocida por el melodramatismo que siempre acompañó su vida personal, que nunca fue del todo personal. Quizás, en su tiempo, su vida íntima fue de las más escarbadas por un todavía ingenuo país, más interesado en la vida de una diva escapada de las páginas de Venezuela Farándula que de su Producto Interno Bruto.
Más de una vez recuerdo que Lila fue noticia por haber entrado a algún quirófano, quien sabe a hacerse qué. Nunca lo supe, o a lo mejor estaba muy pequeño para saberlo.
Lila en camilla, con los ojos llorosos -siempre ha sido de lágrima fácil-, y una mirada que buscaba incesantemente la compasión del otro lado de las pantallas. Igualmente, recuerdo los dramas de Lila por las largas ausencias de José Luis, su esposo, a quien impulsó a la fama. Una novela de la vida real. Aunque hoy en día me pregunto qué tan real era esa vida.
No es difícil recordar a Lila cantando a dúo con cuanto invitado trajera Sábado Sensacional. Era el comodín del rating; la delicia de Chepa Candela, la legendaria chismosa de la prensa local.
Por supuesto, maracucha a más no poder. Amante del Zulia. Regionalista pero también nacionalista. Quizás una de las características que llaman mi atención desde siempre, su zulianidad que le brotaba por todos lados.
Recuerdo el drama mayúsculo cuando se divorció de José Luis. Si mi memoria no me traiciona, parecía que toda Venezuela se estaba divorciando en ese momento.
Lágrimas, declaraciones altisonantes, firma de divorcio en medio de cámaras, depresiones, reportajes, chismes. Luego, el nuevo matrimonio del Puma, su tercera hija. Los nuevos novios de Lila, fabricados o no, eso no importa. El despecho eterno de Lila.
Lágrimas, declaraciones altisonantes, firma de divorcio en medio de cámaras, depresiones, reportajes, chismes. Luego, el nuevo matrimonio del Puma, su tercera hija. Los nuevos novios de Lila, fabricados o no, eso no importa. El despecho eterno de Lila.
Demasiado melodrama para una vida entera, para un país entero.
Este país, el de hoy, creció con esas lágrimas aguantadas de Lila. Con los chismes de las infidelidades de su esposo. Con su paso de mujer voluptuosa a madre/esposa abnegadísima; luego mujer divorciada/despechada y finalmente la faceta evangélica.
Crecimos y creímos sábado a sábado su historia. Nos reímos con y de ella. Llegó a ser insoportablemente nuestra -es decir, tan parecida a lo que somos-, que terminó definiéndonos, dándonos una identidad: apasionados; entregados; faranduleros; totalmente cursis; familieros; histriónicos a más no poder; siempre mediáticos y con frecuencia "metedores de pata".
De lo sublime a lo ridículo en pocos pasos.
No sé. Tal vez exagero. Pero Lila hace rato dejó de ser ella. Lila Morillo define, en buena medida, a Venezuela. Incluso -o especialmente- a esta Venezuela revolucionaria, también melodramática, mediática, apasionada, cursi, histriónica a más no poder.
Lila, el arquetipo (no la mujer), se me parece demasiado a Chávez: manejo de presencia en cámara. Voluble en sus emociones. Empecinado en sus creencias, religioso en su palabra. Manipulador por excelencia. Recordemos que hablo de arquetipos, no de la persona como tal. De la abstracción más que de lo concreto. Del símbolo.
Por eso se me hace que en nuestro ADN colectivo tenemos, tal vez, algún "factor Lila" por allí medio escondido, algo que nos condiciona, que nos une y que también a veces nos separa. Lo peor y lo mejor de nosotros. Eso que cada quien no quiere ver de sí mismo. Esa sombra, como la llamarían inteligentemente los junguianos.
De todos modos, valió la pena ver ese programa del domingo. Especialmente para darme cuenta de que, por más que intenten borrarnos y demonizar todo nuestra historia contemporánea, hay elementos que se mantienen vivos entre nosotros, hay símbolos compartidos que son columnas vertebrales de nuestra existencia como país.
Y eso, después de todo, ni más ni menos, es lo que representa ese factor Lila, esa constante Lila.
Esa venezolanidad compleja en su definición, insoportable en su vivencia y expresión pero profunda en su sentir.
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