Decidí romper un largo silencio para comentar los acontecimientos que transcurren en nuestra convulsionada Venezuela.
La salud del presidente, como todas las cosas que giran alrededor del presidente, se ha convertido en el foco de todas las miradas tanto internas como externas. El presidente nos muestra otra cara de la misma patología: llamar la atención, esta vez desde la enfermedad, desde la adversidad y la compasión (no como siempre ha sido, desde su fortaleza, real o imaginada, desde la autoridad gritada o el atropello).
En su discurrir psíquico, Chávez se asume como el pueblo. No como parte del pueblo o su representante. Él es el pueblo. Por tanto, el país. Él es Venezuela. Y, en contraparte, Venezuela debe ser él. Una verdadera espaguetada mental que bastante daño nos hace.
Si él se enferma, Venezuela se enferma. Todos los venezolanos nos enfermamos con él y no hay sistema inmunológico (institucionalidad) que pueda evitarlo o al menos apaciguarlo. De hecho, la debilidad del sistema inmunológico lo que hace es magnificar la enfermedad y amplificar los síntomas.
Desde el chavismo, se entiende que el país debe paralizarse hasta que él (Chávez, el país) recobre su salud. De hecho, se condena la sola posibilidad de recurrir a los mecanismos institucionales porque sería como desearle la "muerte" al paciente. "Quieren matarlo a punta de malos deseos", parecen gritarnos desde la orilla chavista.
Por eso, El Rodeo no existe para el gobierno (ni en sus medios ni en sus voceros). Eso es un mal menor. Es como estar resfriado y padecer una enfermedad terminal. La prioridad, en esa perspectiva equivocada, no es el resfriado. Aún cuando sabemos que el resfriado debilita aún más el precario cuerpo del enfermo y lo puede arrastrar a una peor condición.
Si el presidente está enfermo, el país está enfermo. Y encima todos debemos cargar con una pegostosa culpa lanzada como quien no quiere la cosa: el "gran líder" se nos enfermó de tanto querernos, de tanto atendernos. De tanto estar pendiente de nosotros se olvidó de sí mismo. ¡Qué grande es ese pana!
Eso explica que sea una especie de ofensa pedirle al vicepresidente Jaua que asuma su rol constitucional. ¡Hasta malagradecidos somos los apátridas opositores! ¡Déjenlo reposar para que nos pueda seguir mandando!
Como todo lo ocurrido en casi trece años de gobierno, esta situación es aprovechada para capitalizar afectos políticos: solidificar los que ya tienen el vínculo, ablandar un poquito a los duros opositores e inclinar la balanza afectiva de los mal llamados "ni-ni".
Pero la enfermedad como estrategia política es un arma de muy corto alcance. Debilita imágenes. Abre una peligrosa caja de Pandora para el chavismo que se contempló desnudo ante la ausencia del líder único.
Chávez desapareció un mes de la escena pública (mas no política) y el país siguió igual de mal. Contigo o sin ti, esto va mal. Ni siquiera es contratable como "parapeteador" del caos.
Un mes fuera sin que nadie lanzara "lineamientos" para atacar. Los seguidores quedaron huérfanos de directrices y llenaron la ausencia con sus miedos y sus deseos ocultos (favorables o no al presidente).
Un mes sin verlo y no fue culpa ni de Estados Unidos, ni de la oposición apátrida, ni de los medios lacayos, tampoco de la CIA. Cuando no hay a quién culpar, el chavismo queda afónico, atrapado en una suerte de vértigo para lo cual no hay respuesta posible.
Lo increíble es que, más allá de Ramón Guillermo Aveledo (representante de la Mesa de Unidad Democrática), las voces opositoras también se apagaron e hicieron mutis del foro político, quién sabe esperando qué o también atrapados en el mismo vértigo. En un país de tanto político alborotador, cuentero y escandaloso, por 3 semanas apenas asomaron el pescuezo.
Al final del cuento, el país también está enfermo. Corroído, más bien. La institucionalidad, suerte de sistema inmunológico de un país frente a crisis y quiebres políticos, está en su mínima expresión. Y frente a eso queda el caos, el "sálvese quien pueda", como referencia para resguardar lo poco que quede sano.
Debemos entonces fortalecer el sistema inmunológico para que cualquier estornudo nos agarre preparados. Ese es el gran reto para Venezuela en esta segunda década del siglo XXI.