I
Son pocas las cosas que pueden sorprendernos en estos días. O mejor dicho, es tan abrumadora la cantidad de eventos que se suceden, que llegan a tener un efecto casi anestésico sobre nosotros. Vamos de sobresaltos en sobresaltos, y cada uno debe ser mayor que el otro para lograr un impacto, aunque sea pequeño.
Sin embargo, a veces hay que detenerse ante los detalles, o ante esas cosas que a veces pasan por debajo de la mesa ante la estridencia de otras.
Siempre me ha sorprendido la calidad del lenguaje utilizado tanto por el Presidente como por sus voceros (repetidores de oficio, dirían algunos). El lenguaje, hablado o escrito, es una manifestación tangible del espíritu, un cable que conecta el mundo interior con el mundo exterior. Cuando ese lenguaje muestra las carencias tan graves que hemos visto en el Presidente y sus acólitos, hay que preocuparse. Más aún, si el lenguaje no está cumpliendo una función mediadora entre el pensamiento y la acción, vemos como resultado como el lenguaje se transforma directamente en acción.
Así, cuando el Presidente dice que no se puede permitir que los hijitos de mamá y papá manifiesten, la reacción de la masa enardecida es evitar la manifestación física de la oposición (con palos, piedras, balas o lo que se tenga a mano). Por eso, además, el lenguaje diplomático está completamente ausente del gobierno venezolano; porque el lenguaje de la diplomacia es de abstracciones, de símbolos, y esa es la principal carencia de quienes nos gobiernan. Por cierto, ¿qué será de la vida de nuestro Canciller?
El problema tristemente también es psiquiátrico (además de político, militar y social).
El pasado 23 de noviembre, en un acto en El Poliedro de Caracas en un Encuentro de Voceros y Voceras del Poder Comunal (por cierto, rimbombantes nombres son característicos del movimiento oficialista, como un intento desesperado de darle contenido a un cascarón vacío), el Presidente Chávez dijo lo siguiente:
'Si ustedes quieren, me quedaré con ustedes hasta que se me seque el último hueso del esqueleto, hasta que se me seque el último rincón del cuerpo'
Una frase aparentemente circense, que busca el aplauso fácil y la puntada emocional que le inyecta adrenalina al pesado cuerpo de Chávez, desenmascara la telaraña psiquiátrica que atenaza al Presidente.
Desde que oí la frase, sentí un escalofrío en el cuerpo. Mejor aún, sentí una extraña repulsión, más allá de lo habitual cuando del Presidente se trata. Lo dicho por Chávez es una imagen de muerte bastante grotesca; de degeneración, de degradación progresiva de lo biológico, que al final remite también a la sequedad del alma.
Es curioso que un ser que ha expandido su poder político proporcionalmente a la expansión de su biología (manifestada en una anormal hinchazón o gordura), de repente suelte que si queremos, él se quedará con nosotros hasta que se le seque el último hueso del cuerpo: es decir, el proceso contrario al que ha venido experimentando los últimos diez años.
Tal vez es un riesgo interpretar que en un nivel muy profundo de su conciencia se asoma, muy a su pesar, el comienzo del fin. Tal vez es una imagen que apuntala el camino de regreso, el sendero que lleva al ansiado retorno a la gran madre tierra (con todo el significado y trasfondo de relación materno-filial que podría tener).
Otro giro interpretativo nos diría que los deseos íntimos del Presidente son quedarse con nosotros más allá de lo biológicamente posible. Supongo que los huesos se secan un tiempo después de la muerte física; y si hablamos del último hueso seco, esta presencia “con nosotros” se estiraría hasta casi el infinito (y más allá).
Fue una imagen grotesca que desnuda peligros: quitarnos de encima a Chávez, a su sombra, a sus huesos secos (no a sus ideas), tomará tiempo. Mucho tiempo y mucho esfuerzo.
Ojalá se lleve sus huesos frescos pronto y no nos los endose perversamente.
II
Por otra parte, las antenas repetidoras que tiene el Presidente han contribuido a que sus barbaridades cotidianas tengan un alcance y una frecuencia difíciles de imaginar.
Cilia Flores, presidenta de la Asamblea Nacional, soltó hoy la siguiente perla:
“Dijo Flores que esta situación de violencia “la vimos hace dos días, cuando estos desadaptados de la oposición mataron al joven trabajador de Petrocasa, y cuando el Presidente denuncia que pretenden matarlo a él, y ya hay evidencias de que seguramente un francotirador lo tenía ubicado y por alguna razón y porque Dios es chavista, no cumplió su tarea de ejecutar un magnicidio".
También podría hablarse de una frase de impacto, de búsqueda desesperada de titulares, lo cual ya de por sí revelaría una precariedad interna palpable. Sin embargo, para impactar no hay que sobar tanto al ego presidencial.
La sobada al ego del Presidente es demasiado brutal. Tan brutal que amerita atención especial. No es que Chávez sea católico o cristiano o evangélico o lo que sea (está en su derecho). No. El tema es que Dios debe ser chavista. Ni siquiera debe ser, definitivamente Dios es chavista, según la palabra bienaventurada de la diputada.
Entre decir que Dios es chavista y plantear (aunque sea tácitamente) que Chávez es Dios no hay sino un paso. Chávez no está endiosado. Chávez, para él y para sus apóstoles es un Dios. Es Dios. Por eso, no hay ningún empacho en personificar en él todas las virtudes e instituciones terrenales.
El pueblo ama a Chávez. Chávez entiende al pueblo. Chávez es el pueblo. La palabra del pueblo es la palabra de Chávez. Lo que diga Chávez es la palabra del pueblo. La palabra del pueblo es la palabra de Dios. La palabra de Chávez es la palabra de Dios. Dios es como Chávez. Chávez es como Dios. Chávez es Dios.
Se que es forzado y muy impertinente lo que digo, pero no tengo ninguna duda que al menos para la diputada, Chávez es un ser intocable, imprescindible, etéreo, infinito, glorioso, milagroso, omnipotente, omnipresente, sabio y con capacidad de juzgarlo todo. Si sumamos todo eso, ¿qué nos da como resultado?
Que Dios me perdone por lo que he dicho, pero si de blasfemias habláramos, son otros los que se abrogan su nombre para dividir, maltratar y matar.