La ciudad está llena de seres que, en su apariencia humanoide, ocultan una estela de perversión infinita capaz de torcer los destinos de cualquiera.
Seres que viven entre nosotros, respiran nuestro mismo aire, pueblan nuestras calles, se alimentan igual que nosotros mientras están al acecho de nuestras debilidades.
Uno de esos seres perversos es, sin duda alguna, el encargado de manejar el acceso de agua de un edificio, barrio, sector o urbanización. Es esa persona que desde una junta de condominio se hace acreedora de la llave de paso del agua, controlando cuánto se gasta de agua, a qué hora debe usarse (por contrapartida, a qué hora no debe usarse) y casi para qué debe usarse. Es el talibán del agua. Quien corona su pequeñez amargándole la vida a sus vecinos.
¿Cuánta maldad puede caber en una persona que tiene en sus manos el horario y los hábitos de uso y consumo de agua de decenas de familias?
¿Es que acaso poner el agua a las 8 de la mañana cuando todo el sector sale a trabajar a las seis no significa un acto de perversión? ¿Es que cuesta tanto poner un aviso para informar de la situación y que cada quien tome sus previsiones?
No. Claro que no cuesta. Eso es lo que hace todo terriblemente perverso.
Así como éste, muchos otros seres perversos vigilan nuestros pasos, esperando el momento perfecto para manifestarse. Pero los tenemos identificados... y los iremos descubriendo poco a poco.
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