El Socialismo chavista (artículo de El País, Uruguay)

En Facebook, mi amiga Mafe Padrón (planner venezolana de primer nivel), puso un link a un artículo muy interesante de Pablo Da Silveira, reconocido filósofo uruguayo. Este es parte de su historial académico:

Pablo da Silveira (Montevideo, 1962) es doctor en Filosofía por la Universidad de Lovaina (Bélgica), institución en la que también se desempeñó como investigador. Actualmente es profesor de Filosofía Política en la Universidad Católica del Uruguay (Montevideo).

Además de numerosos artículos en revistas especializadas de Europa y América, ha publicado los libros "La segunda reforma" (1995), "Historias de Filósofos" (Alfaguara/Fundación Banco de Boston, 1997) y "Le débat libéraux-communautariens" (1997, en colaboración con André Berten y Hervé Pourtois).


Desconocido en Venezuela, como tanto talento latinoamericano, Pablo da Silveira retrató nuestra realidad con las pinceladas de quien ha vivido procesos políticos parecidos. El artículo publicó el pasado domingo:

El socialismo chavista

Lo único bueno de haber vivido en dictadura es que uno aprende a reconocerlas. Vengo de pasar varios días en la Venezuela de Chávez y mis antiguas experiencias no me dejan dudas: en ese país hay olor a dictadura.

No se trata de la clase de régimen que conocimos los latinoamericanos en los años setenta. No hay aquí un Pinochet ni un Videla, empeñados en tratar a sus propios pueblos con la saña de un ejército invasor. Tampoco hay un Stroessner ni un Somoza, vorazmente dedicados a proteger a los más ricos y a enriquecerse ellos mismos. Pero también aquí hay falta de libertad, arbitrariedad y un temor muy justificado. Tal como hacíamos quienes vivimos en dictadura hace unas décadas, los opositores venezolanos buscan apoyo internacional y nos piden que no los abandonemos.

¿Cuáles son las características más visibles del chavismo? En primer lugar, el culto al líder. No bien llegado al aeropuerto, uno se topa un inmenso retrato del presidente Chávez acompañado de una frase olvidable. Esa primera señal ya es elocuente. Los gobernantes democráticos nunca son tratados como próceres. Los aeropuertos brasileños no exhiben grandes imágenes de Lula ni las rutas chilenas acumulan iconografía sobre Bachelet. La idea es que los espacios públicos pertenecen a todos los ciudadanos, ya sean oficialistas u opositores.

En Venezuela, en cambio, Chávez es omnipresente. Los carteles que anuncian obras públicas incluyen grandes retratos suyos, ejecutados con una estética vagamente maoísta. La televisión oficial emite a toda hora sus discursos interminables. En algunos sitios es posible comprar bustos del presidente. Todo el tiempo uno está recibiendo el mensaje de que la "revolución bolivariana" y su conductor son inseparables.

Un segundo rasgo es la ausencia de todo mecanismo institucional que asegure un gobierno limitado. Hace ya varios años, Chávez consiguió aprobar una reforma constitucional que dio al Poder Ejecutivo un control casi absoluto sobre el Tribunal Supremo de Justicia. Pero, no contento con eso, tiene el hábito de presionarlo en público. Durante mi estadía lo vi increpar por televisión a la fiscal general y a los jueces del Tribunal Supremo, exigiéndoles que castigaran a los periodistas disidentes. Sus palabras fueron algo así como un atentado a la memoria de Montesquieu: "Señora fiscal, le hago un emplazamiento público para que usted, con sus fiscales, cumpla con su obligación ante el pueblo, que para eso están allí. Y, si no, renuncien y que gente con coraje asuma". Si nada de eso ocurre, agregó, "voy tener que actuar yo mismo, como he tenido que hacerlo en algunas ocasiones ante las deficiencias y los vacíos que todavía tenemos en algunas instancias del
Estado".

Un tercer rasgo llamativo es la permanente intimidación, sustentada en dos métodos principales. El primero es el recurso a una violencia no institucionalizada. En la Venezuela de hoy se acumulan las muertes inexplicadas de periodistas. Las agresiones físicas (incluyendo palizas tremendas) han pasado a ser un riesgo del oficio. El pasaje por Caracas me permitió aprender un nuevo uso de la palabra "niple". Para los venezolanos, un "niple" es un caño de plástico de aproximadamente un metro de longitud, relleno de pólvora y dotado de una mecha. Los ataques con "niples" a residencias privadas se han vuelto frecuentes. En todos los casos producen daños materiales, pero además ponen en riesgo la vida. De hecho ya hubo un muerto, aunque no fue la víctima a quien iba dirigido sino el agresor que lo manipulaba. Y ese agresor resultó ser un policía…

El otro método de amedrentamiento son los piquetes que se movilizan "espontáneamente" contra los opositores y otras personas consideradas indeseables. Pasé varios días encerrado en un hotel de Caracas, porque en la puerta había un centenar de manifestantes que insultaban y patoteaban a quienes
participábamos de un seminario incómodo para el gobierno. La versión oficial es que esos grupos son expresiones espontáneas de indignación popular. La versión de los opositores es que son pagados por el gobierno. No tengo manera de verificarlo, pero puedo decir dos cosas. La primera es que todos los manifestantes llevaban la misma camisa roja. La segunda es que esas manifestaciones tenían horario de oficina: los vociferantes llegaban a media mañana, desaparecían a la hora del almuerzo, volvían poco después y se iban hacia el final de la tarde.

Una última característica visible es el uso sistemático del lenguaje como arma de descalificación. El programa "Aló, presidente" es la versión más conocida, pero hay muchas otras emisiones radiales y televisivas que cumplen la misma tarea. El catálogo de insultos y agresiones verbales es casi infinito. La acción de los medios opositores es definida por Chávez como "envenenamiento mediático". Los visitantes que llegan del extranjero son inmediatamente convertidos en agentes de la CIA. Un brindis del que participé al final de un congreso fue filmado y reproducido por la televisión oficial, mientras una voz en off hacía notar que mucha gente tenía una copa en la mano, lo que probaba que "estos capitalistas son todos unos borrachos y unos hampones". Todo suena muy ridículo, pero al mismo tiempo encierra algo muy serio. La descalificación del adversario es un viejo mecanismo para facilitar su posterior destrucción. Por eso Hitler trataba a los judíos de "sub-humanos" y Fidel Castro trata de "gusanos" a sus opositores.

El culto a la figura conductora, la eliminación de los mecanismos que limitan la acción del gobierno (para lo que se suele recurrir a reformas constitucionales), el uso de la violencia no institucionalizada y de la "movilización popular" para amedrentar a los adversarios y, finalmente, el empleo del lenguaje como arma descalificatoria han sido señalados desde siempre como rasgos típicos del fascismo. La Venezuela de la actualidad se parece mucho a la Italia de los años treinta. Y eso no debería sorprendernos. Después de todo, Mussolini fue un dirigente del Partido Socialista italiano que decidió seguir un camino propio por considerar demasiado tímidos los métodos políticos tradicionales.

Un retrato peligrosamente cercano.

Así nos ven. Así estamos.

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