El profesor Pino Iturrieta publicó un artículo en El Universal que me parece desnuda una de las realidades esquizoides que vivimos en el país por estos días.
Pino Iturrieta pone el dedo en la llaga psicopatológica que ha atrapado a Venezuela: la mentalidad incendiaria y destructiva de quienes tienen el control de los poderes del Estado frente a una mayoría que no termina de entender qué es lo que pasa.
El belicismo patético(subrayados míos)
Es evidente cómo necesita Chávez un triunfo militar. Una revolución empeñada en imitar a la de Fidel Castro requiere el ruido de ataques antiaéreos que recoja la prensa internacional para asombro de millones de lectores, de marchas de tropas valerosas hacia Bahía de Cochinos. A una revolución anunciada como continuación de la Independencia le hace falta una batalla como la de Carabobo, o escaramuzas como las que hicieron de Páez un lancero legendario. Un proceso referido a las glorias de Zamora anda chueco sin un incendio como el de las sabanas de Barinas. Un movimiento que levanta la estatua de Cipriano Castro queda en orfandad sin hazañas como la de Tocuyito. En último caso, un pronunciamiento nacido en el cuartel debe cristalizar en una asonada enfática a la criolla usanza, en un hecho de armas como el protagonizado por soldados y pueblo en 1958. Sin embargo, ninguno de esos sucesos relacionados con pólvoras y huestes se atravesó en el camino del comandante en jefe, o no pudo consumarse debido a que no está en las manos de un maletilla la adquisición de trofeos de valor y sangre que pueda exhibir en desfiles fervorosos en los cuales se aclimate una simbología de estilo napoleónico. No ha existido relación entre la epopeya y el ascenso del comandante en jefe, para su desdicha, pero se ha ocupado de inventarla con empeño digno de mejor causa, para desdicha nuestra.
La fragua de la fantasía se advierte en una retórica cargada de alusiones guerreras, posibilidad de alardear de lo lauros que echa en falta. Un discurso poblado de brigadas y brigadistas, de batallones y escuadrones, de ofensivas y combatientes, de lanceros y dianas, de patriotas y realistas, de oligarcas y federales, de campañas admirables y campañas de Santa Inés, que no es sino una grosera parodia de Venezuela heroica, ese célebre texto de Eduardo Blanco sobre los héroes de la Independencia, nos remite a una escena de guerra que sólo existe en una mente calenturienta. Lo mismo sucede con consignas altisonantes, como "rodilla en tierra" y a paso de vencedores", con las cuales alude a acontecimientos usualmente pacíficos según pueden ser el anuncio de un cultivo hidropónico o la apertura de un comedor escolar. La rutina propia de una república moderna se transforma así en un ademán de degollina, en una disposición cuartelera y en un cruento deslinde formados desde una perspectiva artificial, aunque también demencial, que puede pasar del universo de las presidenciales quimeras al ámbito de la realidad. Después de escuchar al insólito adalid, mientras esquiva a los motorizados en la autopista uno siente los ruidos de Pichincha, es decir, el eco de la esquizofrenia del parloteador convertida en insania colectiva.
Pero sensaciones más conmovedoras habrán experimentado los lectores ante la forma que dispuso para hacerse de los puertos y aeropuertos recientemente. Aquello fue como la vuelta de Guzmán en pelea con el Chingo Olivo durante la Campaña de Apure, o como la resurrección de Joaquín Crespo urdiendo cargas de machete para ganar la Revolución Legalista. Juego con soldaditos de plomo si se compara con las escabechinas del siglo XIX, en las cuales se combatía y se moría de veras, en las cuales existían enemigos de veras armados hasta los dientes; certamen de pacotilla si se establece una analogía con la actividad de los temibles varones del país campestre, pero también transfiguración peligrosa si recordamos cómo los oficiales a cargo reportaban por televisión el éxito de sus misiones como si acabaran de batirse en una invasión con toda la barba. ¿Acaso habrán actuado conscientemente el libreto de troperos redactado por el fantasioso escribidor? ¿Se dieron cuenta de que no avanzaban contra fortalezas inexpugnables, contra caudillos temerarios como los de antes, sino ante un conjunto de oficinistas apacibles, de empleados perplejos e indefensos? ¿Recordaron las palabras de una trajinada proclama que habla de "la planta insolente", susceptibles de aplicación a la mezcla de risotada e insulto, de comedia y alevosía que fue su aventura?
El desairado papel solicita una reflexión de quienes lo ejercieron, en caso de que les interese la percepción de la ciudadanía sometida a situaciones extravagantes y anacrónicas que encuentran origen en los delirios de un soldado sin campos de batalla, de un oficial frustrado en su empeño de imitar a unos adalides y a unas gestas inalcanzables. En la hora de ponerse a pensar, deben saber que, entre chanzas y veras, entre los juegos de la guerra y el imperio de la legalidad, la risible aventura ha servido para propinarle un nuevo puntapié a la Constitución, y para burlar el derecho de quienes pretenden vivir pacíficamente la rutina de sus comarcas, ése si ganado en buena lid, sin trampa ni cartón, a través de la historia.
URL: http://www.eluniversal.com/2009/04/04/opi_art_el-belicismo-patetic_1329383.shtml
0 Comentarios para la Caja:
Publicar un comentario