Es un poco de sentido común: todos (y todo) necesitamos un nombre, necesitamos ser nombrados para existir, para identificarnos y para diferenciarnos de los demás. Para ser individuos.
Por eso, un nombre encierra una carga importante de significados simbólicos. También la forma en que se nombra ayuda al significado. No es lo mismo nuestro nombre de pila que un diminutivo, o un sobre-nombre o apodo. Ni siquiera todos los apodos connotan lo mismo: hay desde los amorosos hasta los destructivos. ¿Cuántas vidas se habrán construído, reconstruído o destruído a partir de un simple apodo? Y ni hablar de cuando nuestros padres nos llaman por el nombre completo.
Todo significa, contiene matices diferentes y valorados por los seres humanos. Las palabras y los nombres tienen ese poder, el de dar identidad (quitarla o destruírla) y el de proporcionar una diferencia (para bien o para mal).
Es práctica común esa de re-nombrar. La de ponerle un significado a algo que ya existía. Por ejemplo, si nos encontramos y adoptamos a un perro seguramente le pondremos un nombre, aunque es probable que antes ya tuviese uno. El perro aprenderá su nuevo nombre y aprenderá a responder a él. A una persona apreciada podemos inventarle un sobre-nombre para generar empatía y/o cercanía con ella.
Pero cuando el re-nombrar se vuelve una obsesión, la cosa cambia, toma un matiz patológico que hay que entender e intentar interpretar. Querer plagar de nuevas identidades y nuevos significados al mismo "objeto" (sea éste físico o emocional) no connota precisamente afecto.
Es lo que de alguna manera ocurre en la Venezuela de hoy. A la que le han cambiado los nombres e insignias de sus instituciones (y hasta de sí misma).
De República de Venezuela a República Bolivariana de Venezuela; de siete a ocho estrellas en la Bandera; del caballo con el pescuezo torcido del Escudo al nuevo caballo con el pescuezo al derecho; nueva Constitución; del Consejo Supremo al Consejo Nacional Electoral; del Congreso a la Asamblea Nacional; de la Corte Suprema al Tribunal Supremo de Justicia; de Defensa Civil a Protección Civil; de damnificados a dignificados; de niños de la calle a niños de la patria; de Fuerzas Armadas Nacionales a Fuerza Armada Nacional; de Parque del Este (Rómulo Betancourt) a Parque Francisco de Miranda; del Descubrimiento de América a la Resistencia Indígena; del Parque del Oeste (Jóvito Villalba) al Parque Alí Primera; de Bolívar a Bolívar Fuerte... y eso que en el tintero de la fallida Reforma Constitucional quedaron otros cambios: Fuerza Armada Bolivariana; de Caracas a Cuna del Libertador y Reina del Guaraira Repano, entre otros.
Seguramente hay más ejemplos, esos son los que tengo en mi memoria. Pero queda suficientemente claro el punto: el intento casi desesperado por re-nombrar a todo un país y sus elementos, como modo de borrar (aniquilar es mejor palabra) nuestra identidad para darnos ¿otra?
Este ejemplo tal vez no sea el mejor, pero ahí va: es como si un hombre se casara con una mujer que ya tiene su casa, sus hijos y su perro. La inmadurez o patología del hombre pueden llevarlo a intentar cambiar el nombre de todo: de los hijos de su nueva esposa, de la propia esposa, del perro y hasta de la casa donde vive. ¡Como si cambiando los nombres de todos se cambiara la realidad del origen! Es decir, que los niños son de otro matrimonio, que el perro no fue criado por él, etc. (perdón por el machismo implícito en el ejemplo, pero creo que así resulta una buena comparación con lo que vivimos).
¿Será que desde el gobierno ingenuamente creen que cambiando las referencias conocidas cambiaran lo que somos? ¿Será que como no pueden ofrecer un futuro diferente a partir del desastre de realidad que tenemos, intentan modificar el pasado para cambiar apenas este presente impresentable?
Pueden cambiar todo lo que quieran. Los venezolanos tenemos un arraigo importante con nuestra historia, aunque no lo reconozcamos del todo. En el fondo de nosotros, hay una especie de "sedimento" cultural que no se disuelve con la sola voluntad del "autoritarismo renominalista".
Porque, por si no se acuerdan, los chavistas - revolucionarios - bolivarianos de hoy son los que hasta ayer se llamaban adecos; copeyanos; masistas y convergentes.
Nadie vino del planeta Marte. Ya hace diez años todos esos personajes estaban aquí, en la Venezuela que quiere construir un futuro y que no entiende que haya que deconstruir su pasado para satisfacer las inseguridades de los mandones de turno.
"Te re-nombro, luego existes"...
Escrito por Néstor a la/s 7:08 p. m.
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