El béisbol o el breve espacio de civilización que no existe

I

Quienes somos seguidores del béisbol aprendimos desde niños a querer a alguno de los equipos. De hecho, en algunas familias es casi un ritual ser fanático de algún equipo.

Pasamos pronto de espectadores a meros aficionados y luego a fanáticos. Nos duelen las derrotas, inventamos excusas, los resultados son capaces de alterar nuestro estado de ánimo, y casi siempre es un buen tema de conversación.

En Venezuela, la máxima rivalidad se da entre Navegantes del Magallanes y Leones del Caracas. Aunque también ha habido épocas en que otros equipos polarizan con los Leones: Cardenales de Lara; Tiburones de La Guaira, Tigres de Aragua, han vivido sus momentos de gloria. Incluso mi equipo, las Águilas del Zulia ha pasado por allí.

Son legendarias, cómicas -y para algunos fastidiosas- las discusiones entre un caraquista y un magallanero. El fanatismo ciega a unos y otros, lo que hace cómica la situación, casi a nivel de "muchachito peleón".

Así pasa en otros países con el fútbol, por ejemplo.

II

Recuerdo que durante el paro general de diciembre 2002 - enero 2003, en una de tantas protestas ocurridas, en el distribuidor Santa Fé de Caracas, un grupo de opositores trancó la autopista. Al poco rato, como viene sucediendo en esta Venezuela enferma de confrontación desde hace 11 años, llegó al lugar un grupo de chavistas a enfrentar la protesta.

Ante la inminente confrontación, a alguien se le ocurrió sacar un balón de "futbolito" (futbito o fútbol de salón) y empezar a jugar. Poco a poco, se armó una partida informal de futbolito entre opositores y chavistas. Al final, terminaron abrazados opositores y chavistas en medio de las estupefactas cámaras de TV que siguieron el hecho y lo repitieron hasta la náusea.

A partir de allí, a algún sacerdote de alguna parroquia popular se le ocurrió que los juegos de futbolito eran una buena manera de "exorcisar" los demonios de la confrontación fraterna y se organizaron campeonatos y cosas así. El encuentro deportivo, la caimanera callejera, se convirtió en un símbolo -casi fetiche- de la unión y el encuentro poético entre los hijos de esta Venezuela rota por circunstancias de la vida.

III

La cosa no es tan así. Una cosa son los deseos y otra la realidad. Si bien el deporte, según algunas interpretaciones históricas, es considerado una especie de "colchón" contra la violencia, una sublimación de los deseos de destrucción del Otro, una mirada civilizada a las oscuras fuerzas del mal que a veces poseen a los pueblos, esto no funciona de manera tan milimétrica.

No siempre el deporte exorcisa esos demonios de la violencia. A veces, sin querer, los promueve o sencillamente agrega un condimento adicional.

Hay muchos ejemplos en los deportes en que por momentos la violencia se apodera de ese aparente espacio de civilización.

Mi primer recuerdo al respecto sucedió el 29 de mayo de 1985. Tenía 13 años y estaba en pleno bachillerato. Ese día se jugaba la final de la Copa de Europa de Fútbol (la UEFA, si no me equivoco). El encuentro se celebró en el Estadio de Heysel de Bruselas, en Bélgica entra la Juventus de Italia y el Liverpool de Inglaterra.

Tengo en mi memoria imágenes espantosas de personas aplastadas, vivas aún, pidiendo auxilio o simplemente permaneciendo quietas mientras venía la ayuda. Una ayuda que no fue efectiva, ante la gravedad de los acontecimientos. Hinchas de la Juventus fueron atacados dentro del estadio por hinchas del Liverpool y corrieron a resguardarse... con la mala fortuna de que no tenían escape posible y quedaron atrapados.

Así, murieron 39 personas y resultaron heridas más de 600. Las siguientes imágenes pueden ser fuertes:


Y como esa tragedia, hemos escuchado muchas a lo largo del tiempo.

Afortunadamente, el béisbol no parece generar pasiones tan violentas. Aunque también hemos visto cantidades de peleas -en el terreno y en la tribuna-. Recuerdo algún juego en Maracaibo donde hubo una balacera en las tribunas y algunos fanáticos tuvieron que saltar al terreno.

Lo cierto del caso es que ni el fútbol ni el béisbol ni ningún deporte es, per se, un punto de encuentro, de paz y amor entre los seres humanos (aunque ese sea el espíritu de los Juegos Olímpicos, por ejemplo).

Los deportes, como otros espacios en la vida (la justicia, lo militar, lo profesional, lo público, lo privado, etc.), no son portadores innatos de bondad y maldad... son, ni más ni menos, fiel reflejo de lo que ocurre en la sociedad en que están insertados.

IV

Viene al caso todo esto porque desde hace varios años vengo escuchando la letanía de que "la única rivalidad que debe haber entre los venezolanos es la de los caraquistas y magallaneros" o que "antes sólo peléabamos por el Caracas y el Magallanes", como volviendo a una situación idílica que realmente nunca existió; un paraíso perdido que sólo está en nuestros buenos deseos.

¿Acaso antes no hubo presos políticos? ¿o asesinatos políticos? ¿No vivíamos hablando mal del gobierno? ¿No peléabamos en las calles contra la misma policía que hoy nos maltrata? ¿Es que se nos olvidó cuántos jugadores recibieron botellazos en la cabeza en el Universitario en medio de un juego de alguna final?

Entiendo que se le quiera asignar a nuestro béisbol un rasgo de pureza, de ingenuidad, pero lamentablemente no es así.

Nuestro béisbol es hoy un reflejo de lo que somos como sociedad: un espacio donde convivimos malamente chavistas, antichavistas y quienes están hartos de chavistas y antichavistas. Lo mismo pasa en cualquier ministerio. En empresas privadas. En familias. No hay espacio que no esté intoxicado por la estupidez ideologizante y regresiva.

Y si no me creen, vuelvan al video del momento de celebración de los Leones del Caracas cuando ganaron el campeonato venezolano.

La celebración no transpiraba precisamente paz, amor, concordia. Al contrario, el furor del triunfo se convirtió en una oda al resentimiento y al desprecio por el Otro. En breves minutos de TV en vivo se pudo sentir lo siguiente: no solamente te gano... si no que además te lo restriego en la cara y me burlo de tí.

Lo siento, pero ese comportamiento y lenguaje es muy parecido a lo que vemos a diario en cadena nacional.

Los gritos de celebración, los cánticos de los jugadores en el furor del triunfo eran "y dónde están... y dónde están... los hijueputas que nos iban a ganar"; "mamagüevo, mamagüevo, mamagüevo"; "el Kid... el Kid... el Kid".

No eran precisamente cánticos de celebración. Eran de exaltación, de "te jodí y me cago en lo que pienses o sientas".

Que no me digan que fue una "muchachada" o una "celebración" sin importancia. Son los síntomas, a veces imperceptible, de la descomposición en que vivimos. Porque al fin y al cabo, el béisbol (sus jugadores, sus fanáticos) son reflejo de lo que acontece fuera del estadio.

El resentimiento y las ganas de aplastarnos unos a otros hace tiempo nos recorre de norte a sur y de arriba a abajo. No darnos cuenta es querer tapar el sol con un dedo.

Y el béisbol, como cualquier otra circunstancia en este país, no está exento de eso en nuestra trágica Venezuela.

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