Punto de ebullición

Recientemente tuve la oportunidad de viajar a varias ciudades de Venezuela. Valencia; Barquisimeto; Puerto La Cruz y Maracaibo fueron mi destino durante algunos días de las últimas dos semanas.


Más allá de la situación laboral que me llevó a esas ciudades, aproveché la oportunidad para palpar percepciones y sentimientos acerca del acontecer nacional.

Como dijo el profesor Antonio Cova en un brillante artículo la semana pasada (Ira Subterránea: http://bit.ly/10sRD9):

"... ¿No creen que tiene poco sentido ver si el hombre "baja" unos puntos en las encuestas, cuando lo que hay que oír es el sordo tronar de la ira popular que crece con los días? La irritación por los racionamientos se desborda por doquier, ¿es que no la perciben en cada mirada, no sienten su resuello en cada silencio ominoso, en cada huelga?"
Hay una ira subterránea, una sensibilidad a flor de piel (algo así como "mírame y no me toques") que está convirtiendo a Venezuela en una zona a punto de ebullición. No quiero hablar de "explosión" porque sería incorrecto.

La explosión implica un estado de total calma que es roto por el estruendo de algo que se rompe. La ebullición implica un cambio progresivo de estado, un "recalentamiento" en aumento hasta que finalmente hierve.

Creo que eso es lo que está ocurriendo en Venezuela: un recalentamiento de los ánimos por distintas situaciones, que está elevando la temperatura social. La consecuencia es que se están convocando todos los malestares sociales juntos: la inseguridad; el hambre; la escasez de agua y energía eléctrica; la pérdida progresiva de libertades políticas; el cierre de medios de comunicación; la violencia política impulsada por el Estado; entre otras.

El chavismo se ha especializado en dividir, en debilitar, en evitar que se encadenen esos malestares.

El día que esos malestares logren articularse (de manera positiva, con propuestas; de manera negativa, con acciones contra el establishment), el gobierno y todas las instituciones del Estado se verán rebasadas por este río subterráneo que viene minando todo.

Y, como la rana del cuento, el chavismo se está cocinando en su propia agua, calentada por sus propias manos.

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