¿Quién le tema a Vargas Llosa? (por Tulio Hernández)

Sin desperdicio este artículo de Tulio Hernández publicado hoy en El Nacional:

¿Quién le teme a Vargas Llosa?

La histeria iracunda que ha suscitado dentro del proyecto chavista la inminente visita a Venezuela del escritor Mario Vargas Llosa es la evidencia mayor del terror que genera el pensamiento y la creación libres en las filas del autoritarismo. Es patético.

Una cúpula cívico-militar que cuenta con 100.000 rifles kalashnikov puestos a sus órdenes; con cientos de agentes cubanos del G-2 siempre atentos a cuanta cosa hacemos quienes disentimos de Yo, el supremo; con tres o cuatro grupos parapoliciales dispuestos a golpear a quien no piense como ellos; y con buena parte de las policías del país bajo su mando, entra en pánico porque un escritor liberal viene a Venezuela.

Las periodistas rojas, con gestos preocupantes, los ojos dislocados por la ira y un rictus de amargura en los labios, gritan desenfrenadas, zapateando frente a las cámaras de la televisión oficial como los niños malcriados: “¡Qué no lo dejen entrar!, ¡qué no lo dejen entrar!”. El PSUV, le demanda al Presidente: “¡Qué no le sellen el pasaporte! ¡Qué no le sellen el pasaporte!”. Y no ha faltado algún retórico de pasillo que, inspirado en don Cipriano, ha dicho: “Señor Presidente, no permita que el perverso holle con su pezuña fétida el sagrado suelo de la patria”.

Si no supiéramos lo que hay detrás ­toneladas y toneladas de intolerancia podríamos decir que es hasta gracioso. De improviso, un hombre por el que cualquier país civilizado y democrático haría el mayor esfuerzo por contar con su presencia; el autor de algunas de las más grandes obras de la literatura escrita en nuestra lengua; el mismo a quien no por casualidad le fue encomendada por la Real Academia Española de la Lengua la escritura del ensayo introductorio a la edición celebratoria del cuarto centenario de Don Quijote de la Mancha; al que a finales del año pasado le fue conferido un doctorado honoris causa por la Universidad Simón Bolívar de Caracas; y que en 1967 fue ganador de la primera edición del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos, es convertido hoy en el objeto de una persecución que apunta a prohibirle la entrada a nuestro país basados en lo que las brigadas rojas consideran un grave crimen: pensar diferente y, además, hacerlo público.

Es una gran ironía. El proyecto chavista que, a falta de pensadores nacionales de peso que legitimen su modelo neoautoritario, ha importado sistemáticamente analistas extranjeros para que elaboren y prediquen in situ el marco teórico que los locales han sido incapaces de hacer, se irrita, en cambio, cada vez que un extranjero, teóricamente con los mismos derechos que los invitados por ellos, viene a Venezuela y disiente abiertamente de Hugo Chávez y su gobierno.

Hace pocos meses atrás le prohibieron oficialmente la entrada a Vaclav Havel y Lech Walesa, invitados a un evento en la UCV. Humillaron y ofendieron en el aeropuerto, como para que no venga más, al sociólogo chileno-alemán Fernando Mires, permanente fustigador de los abusos antidemocráticos del régimen. Expulsaron por la fuerza, luego de un allanamiento policial al hotel donde se hospedaba, a José Miguel Vivanco, director de Human Rights Watch, para impedirle que presentara un informe en el que, como es de esperar, Venezuela quedaba muy mal parada en el tema de respeto a los derechos humanos. Y ahora, me imagino que como adelanto de lo que será una política oficial para el futuro, pretenden prohibirle la entrada a Mario Vargas Llosa y un grupo de intelectuales que vienen a un seminario de celebración de los 35 años de Cedice, una organización empresarial dedicada al estudio y la divulgación de los derechos económicos.

Así es Venezuela en estos tiempos. Una nación en la que a sátrapas genocidas como Robert Mugabe, el presidente de Zimbabue, se le rinden honores, mientras que a un gran escritor latinoamericano se le trata como a un delincuente; es decir, como en una democracia decente tratarían a Mugabe. Luego se irritan cuando la prensa internacional les califica de jefes de una dictadura bananera. De nuevo cuño, es verdad. Neodictadura con legitimidad electoral. Pero bananera.



Así estamos.

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