Todos somos imputables

Después del referendum del 15 de febrero (aprobación de la enmienda constitucional que "liberaba" las trabas para la reelección perpetua del presidente Chávez), la situación política y económica ha entrado en una peligrosa zona de alerta.

El gobierno tomó el triunfo en la enmienda como el cheque en blanco que le hacía falta para terminar de destapar sus ímpetus totalitarios.

Primero, la dura arremetida contra el sector empresarial del país, con la excusa de la escasez de arroz. Empresas Polar; Cargill; Monaca; Coca-Cola Femsa, fueron algunas de las víctimas visibles de la violencia legalista -que no legal- impuesta por el gobierno. Expropiaciones, nacionalizaciones, invasiones de terrenos y propiedades, hostigamiento interno a través de sindicatos "chavistas", han sido parte del menú con el que se ha enfrentado el sector.

En el medio, por supuesto, los medios de comunicación social privados que aún conservan cierto criterio opuesto al gobierno. Los diarios El Nacional; El Universal; Tal Cual y el canal de TV Globovisión han sido objeto de una persecución implacable. Sus dueños y directivos han sido expuestos al desprecio público y contra ellos se ha incitado al odio y a la violencia.

Ni hablar de la cacería, también implacable, despreciable, que se ha hecho contra la disidencia política: Manuel Rosales (alcalde de Maracaibo); Raúl Isaías Baduel (ex-ministro de la defensa); Antonio Ledezma (alcalde metropolitano); César Pérez Vivas (gobernador del estado Táchira); Henrique Salas Feo (gobernador del estado Carabobo); Henrique Capriles Radonski (gobernador del estado Miranda), entre muchos otros, han sido objeto del más abusivo despliegue de fuerza que haya conocido Venezuela en muchos años.

Y eso sin mencionar la condena a 30 años que le dieron a los ex- comisarios de la Policía Metropolitana. Una gota que derramó el vaso... sólo que no nos hemos dado cuenta de eso.

La cacería jurídica contra la disidencia debería alarmar a la comunidad internacional y a las instituciones no gubernamentales que velan por los derechos humanos.

Según el nuevo giro del gobierno, todos somos imputables. Es decir, todo aquel que ose -o haya osado- hablar/ pensar/ hacer algo diferente a lo que ordena el comandante es prospecto de reo y presunto en la comisión de cualquier delito en este país.

Si usted participó en alguna marcha, es sospechoso de golpismo. Si usted compró El Nacional el día de aquel editorial que insultaba al comandante, está envenenado por la oligarquía y por tanto es estúpido y no merece consideración alguna. Si usted se queja del alto costo de la vida, está en un plan fascista. Si usted tiene algún negocio y le va bien, usted es un explotador de los pobres y merece la cárcel o algo peor. Si usted respiraba el 11 de abril de 2002, en algo raro andaba seguramente.

Si usted no adora al comandante, debe ser racista y clasista, un resentido pues. Si usted adora al comandante pero no mucho como se merece, sobre usted caerá la ira de Mario Silva o Alberto Nolia -dos de las más podridas fichas comunicacionales del gobierno-. Si usted le sacó brillo a sus rodillas de tanto ponerlas a los pies del comandante, usted es un jalabolas descarado al que hay que sacar del camino a como de lugar.

El frente internacional del gobierno tampoco genera buenos augurios. La sorprendente invitación al país hecha por Chávez al presidente de Sudán (acusado por la Corte Penal Internacional de ser responsable de genocidio), nos dejó como unos trogloditas de tercer mundo. Los innecesarios estira y encoge con la presidente de Chile. La permanente diatriba con el nuevo gobierno de Estados Unidos. La mediocre reunión del ALBA. El bloqueo del gobierno a la resolución final de la próxima Cumbre de las Américas. Las absurdas amenazas de que "hasta las piedras van a hablar en Trinidad", más parecido al "en la salida nos vemos" del bachillerato que a una estrategia diplomática.

Chávez intentará agarrarse la Cumbre para él. Intentará provocar a Obama hasta que éste le responda algo. Intentará la ansiada foto con el presidente de Estados Unidos. Chávez sabe, o lo intuye al menos, que es uno de sus últimos chances de ser la vedette internacional (nuestra Iris Chacón de las Cumbres, como le digo yo).

O logra la foto con Obama o querrá patear el tablero para dividir a América de una buena vez. En su mente dicotómica no hay más opciones. Lo que vuelve un peligro esa reunión para su proyecto. Por suerte, hay mecanismos diplomáticos de contención -y psiquiátricos también, de ser necesarios-, que permitirán una reunión fluída, sin mayores alborotos.

Todo, todo conspira contra el propio gobierno, más lejos cada día de países como Brasil; Chile; Colombia; Perú, aliados que en cualquier otra condición serían aliados naturales de Venezuela; lejos del MERCOSUR; fuera de la Comunidad Andina de Naciones... fuera del mundo civilizado, podría decirse. Que nadie me diga que Cuba; Irán; Nicaragua; Bolivia y Ecuador son la respuesta a esta esquizofrenia diplomática que vivimos.

A ratos, pareciera que el gobierno hace todo lo posible para ser echado a patadas por una rebelión civil y/o militar. Así tomaría el atajo de la victimización universal; del exilio forzado; de la clandestinidad dolorosa para quien no soportaría estar más de 24 horas fuera del foco mediático.

A ratos, sin embargo, pienso en otra hipótesis. Los dioses ciegan a quienes quieren perder, por tanto, no hay consciencia posible de las aparatosas metidas de pata de los últimos dos meses. Tan así es la cosa, que me recuerda las torpezas monumentales que se cometieron entre 1997-1998 por parte del establishment político de entonces, y que le pusieron la alfombra roja al cómodo triunfo de Chávez.

Hoy, la historia vuelve a repetirse. Esta vez, quedarán ciegos los que ayer vieron todo con mucha claridad y se aprovecharon de las circunstancias para armar su mundo pret-a-porter.

Así estamos. Con el riesgo de que cualquiera sea imputado (o "emputado" más bien, como en buen cristiano dirían algunos amigos latinoamericanos)

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